“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar, y lo uno y lo otro se conservan. Y nadie que haya bebido del añejo querrá luego el nuevo, porque dice: ‘El añejo es mejor’ ” (Lucas 5:37)
La respuesta de Cristo a la cuestión del ayuno plantea el choque entre el judaísmo y el cristianismo, las viejas tradiciones y las nuevas que tratan de implantarse, el inveterado problema de los cambios en el medio religioso, la renovación que exigen los nuevos tiempos. Pero nos preguntamos: ¿son necesarios los cambios en la iglesia? ¿Qué es el vino nuevo? ¿Qué son los odres viejos?
El vino nuevo es el contenido, el mensaje, aquello que destacamos de la doctrina, es decir, la verdad presente. El vino nuevo no es necesariamente nuevo en el sentido de diferente. La palabra griega neós, significa ‘nuevo en el tiempo’, ‘reciente’, ‘moderno’, no nuevo en naturaleza. Elena de White afirma: “La enseñanza de Cristo, aunque representada por el nuevo vino, no era una doctrina nueva, sino la revelación de lo que había sido enseñado desde el principio” (El Deseado de todas las gentes, p. 245).
Los odres son el continente, las estructuras, el lenguaje definitorio, los métodos, las tácticas e instituciones en los que conservamos el mensaje. Los odres envejecen y devienen frágiles, inservibles para contener el vino nuevo. Por eso necesitamos odres nuevos, los cuales representan las nuevas estrategias,
los nuevos recursos y medios, las nuevas formas y estructuras; son nuevos, kainós en el original, en calidad y naturaleza; son diferentes y exigen renovación y cambio en las actividades y planes. Y es curioso, el vino añejo, del que solo habla el evangelista Lucas, es bueno, es incluso mejor y gusta porque es un referente que nunca debemos olvidar y porque de él ha surgido el nuevo.
Los cambios son necesarios, pero solo del continente del mensaje, no del contenido. Por el contrario, en un tiempo de pérdida de identidad, debemos proteger la nuestra. Es un error grave definir los signos de identidad con aquellas prácticas o estructuras que, por naturaleza, son cambiables. La identidad debe estar determinada por las doctrinas que creemos y por los principios que vivimos. Lo que define una identidad no es el continente sino el contenido.
Los signos ideológicos de nuestra identidad nunca deben cambiar; pero todo lo demás, puede y debe cambiar.
Recuerda que Dios te puede ayudar a eliminar aquello que no es necesario en tu vida y a integrar lo que sí lo es.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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