“Sin embargo, para no ofenderlos, ve al mar, echa el anzuelo y toma el primer pez que saques, ábrele la boca y hallarás una moneda. Tómala y dásela por mí y por ti” (Mateo 17:27).
Los recaudadores de los impuestos judíos preguntaron a Pedro si su Maestro pagaba los dos dracmas, es decir, el tributo anual que se exigía a los judíos mayores de veinte años que servía para el mantenimiento del templo. Autorizado por los romanos, este impuesto era un signo de la unidad y fidelidad religiosa del pueblo judío, y no pagarlo era considerado una grave deslealtad con respecto al templo.
Los sacerdotes, levitas y profetas estaban libres de pago. Pedro respondió afirmativamente, después, estando en casa, Jesús demostró al apóstol que él, por su condición de Hijo de Dios, estaba exento, no obstante le dijo: “Sin embargo, para no ofenderlos, ve al mar, echa el anzuelo y toma el primer pez que saques, ábrele la boca y hallarás una moneda. Tómala y dásela por mí y por ti”.
Jesús rehusó a su derecho de exención y, situándose bajo una ley que no le incumbía, para no herir susceptibilidades, ordenó a Pedro que lo pagase valiéndose de un procedimiento sobrenatural que atestiguaba su condición de Hijo de Dios. Elena de White comenta: “Cristo les enseñó [a sus discípulos] a no colocarse innecesariamente en antagonismo con el orden establecido. […]
Aunque los cristianos no han de sacrificar un solo principio de la verdad, deben evitar la controversia siempre que sea posible” (El Deseado de todas las gentes, p. 401).
Pero hay más. En el alma humana del Salvador encontramos todo un mundo de delicadeza y tacto en el trato con los demás que debe ser un ideal del corazón regenerado. “Para no ofenderlos” es un principio cristiano de convivencia social.
La delicadeza cristiana no reposa sobre una relación de derechos compartidos, no hace uso de títulos o privilegios adquiridos, no defiende su propio interés; la delicadeza es humilde, es lo contrario de la ostentación, no deja entrever ni sus intenciones ni sus actos, actúa con amor y suscita las circunstancias necesarias para ejercerlo; no deja en el otro la sensación de que es deudor.
La delicadeza cristiana es condescendiente, asocia la verdad a la caridad, evita la confrontación, valora a los demás y respeta su dignidad, su opinión y su posición, no hiere ni humilla. La delicadeza cuida los pequeños detalles; es un fruto del Espíritu Santo.
Hoy pídele a Dios que te ayude a no ofender a tu prójimo y a vivir de manera que la cortesía y el buen trato sean parte de tu carácter.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
0 comentarios:
Publicar un comentario