julio 20, 2015

La muerte de un hijo | Matutina para Adultos 2015

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
María, natural de Zuera (Zaragoza, España) y su marido, Mauricio, habían trabajado para mis padres al finalizar de la Guerra Civil española. Él era nuestro arriero, llevaba un carro de transporte urbano tirado por un caballo.
Ella ayudaba a mi madre y se ocupaba de mí, de dos años por aquel entonces.
Pasado el tiempo, regresaron a Zuera, a veinte kilómetros de la capital, donde tenían su casa y sus campos. Pero murió Mauricio, y María se quedó sola, muy sola, acompañada únicamente por sus amargos recuerdos. Mi familia iba todos los años a Zuera a llevar flores a la tumba de Mauricio y de sus tres hijos.
Porque, en efecto, el matrimonio había tenido dos hijos y una hija, pero todos habían fallecido. Sin embargo, solo una de aquellas muertes atormentaba sin consuelo la triste vida de María: la de Antonio, su hijo menor, a quien sin haber cumplido los 16 años habían fusilado durante la Guerra Civil, tras ser vilmente denunciado por unos vecinos del pueblo. Recuerdo las lágrimas de María.
Cada año, para ir al cementerio, debíamos pasar necesariamente por la puerta de la casa de los denunciantes. “¡Asesinos! ¡Asesinos! –gritaba desconsolada María–. ¡Me habéis matado a mi hijo! ¡Era casi un niño!” La escena se repitió durante años, hasta que también ella murió.
He visto el tremendo dolor que causa la pérdida de un hijo. He visto posarse sobre la vida de algunos padres los nubarrones del duelo; los he visto clamar, llorar, desesperarse, perder las ganas de vivir mientras se preguntan:
¿Por qué él? ¿Por qué no fui yo quien murió?
El versículo de hoy nos habla del don del Hijo de Dios para morir por la humanidad.
¿Sufrió Dios la muerte de Jesús como lo hace cualquier otro padre?
La muerte del Hijo de Dios no fue casual o imprevista. Dios “no escatimó ni a su propio Hijo”, sino que lo entregó por todos nosotros. El don del Hijo de Dios y su injusta muerte en una cruz fue el más grande, el más trascendental y a la vez el más doloroso testimonio de la providencia divina en este mundo.
Agradece a Dios el no haber escatimado a su Hijo para salvarte y entrégale lo mejor de tu vida.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
Share:

0 comentarios: