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“Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas,
porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo
9:36).
Aunque durante toda su vida pública, Jesús tuvo un
contacto regular con la gente, en el año de la popularidad, en Galilea, era
seguido por multitudes ávidas de su enseñanza y expectantes de las señales que
hacía. Dice Marcos de este período: “Pero Jesús se retiró al mar con sus
discípulos, y lo siguió gran multitud de Galilea.
También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro
lado del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, oyendo cuán grandes
cosas hacía, grandes multitudes vinieron a él” (Mar. 3:7, 8). Este período se
cerró con la primera multiplicación de los panes y los peces y la predicación
del sermón del pan de vida, en la sinagoga de Capernaúm, donde muchos discípulos
lo abandonaron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? […] Desde entonces
muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él” (Juan 6:60,
66).
En las narraciones evangélicas del año de la
popularidad, hay una expresión que se repite con frecuencia: “Al ver las
multitudes”. Jesús no era indiferente a la situación de sus contemporáneos.
Vivía entre ellos, se había encarnado para participar de sus debilidades y
aliviarlos de sus dolores. Algunos textos señalan explícitamente el sentimiento
que producía, en el corazón del Salvador, esta visión de las personas: “Tuvo
compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14: 14).
Pero no solo curaba sus cuerpos, sino también sus mentes mediante la predicación
y la enseñanza (Luc. 9:11).
Las gentes acudían a él también para escucharle y
recibir sanidad (Luc. 6:17).
La misión de la iglesia no puede permanecer ajena a
la verdadera situación del mundo. Hemos de ser observadores atentos y compasivos
de las gentes, especialmente de sus sufrimientos. Hemos de ser solidarios y, en
la medida de lo posible, responsables. Fue por amor y compasión a la humanidad
que Jesús vino a este mundo, fue por amor y compasión por los hombres que fue
clavado en una cruz.
Por ello, la iglesia debe encontrar en el amor y la
compasión por la humanidad la verdadera motivación de la misión: “Existe
escasamente una décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que
no están salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son
los que simpatizan lo suficiente con Dios para ver almas ganadas para Cristo!”
(Obreros evangélicos, p. 121).
Tú yo estamos aquí para que todos sepan que hay un
Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS
2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol
Buil
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