“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13).
Se cuenta que Fritz Kreisler, el famoso violinista vienés fallecido en 1962, vio un día un Stradivarius en una vitrina de una casa de instrumentos musicales de Londres. Lo quiso comprar, pero el precio era sumamente elevado.
Pidió que se lo guardaran mientras reunía el dinero, pero no fue posible. Al cabo de unos días, el Stradivarius fue adquirido por un coleccionista. Kreisler se enteró y, como tenía un mecenas dispuesto a financiarle la compra, solicitó una entrevista con el ricachón y le ofreció comprarle el violín. Pero ¿cómo iba a venderle la joya más valiosa de su colección? El violinista insistió pero no pudo convencerle. Cuando ya se marchaba, le rogó que le dejara interpretar una pieza musical con aquel maravilloso instrumento. El millonario aceptó.
Kreisler tocó el violín de manera magistral. Cuando se retiraba, el coleccionista lo detuvo y le dijo: “No se vaya, el Stradivarius es suyo, se lo regalo. No puedo retener en una vitrina un instrumento capaz de producir tan hermosa música. Llene usted el mundo entero de esas melodías”. Es verdad, Dios no nos ha concedido el altísimo privilegio de ser sal y luz del mundo para que permanezcamos “dentro de una vitrina”.
La presencia de la sal no pasa desapercibida, allí donde se encuentra resulta evidente por su sabor, su penetración y su capacidad preservadora. “La sal tiene que unirse con la materia a la cual se la añade; tiene que entrar e infiltrarse para preservar. Así, por el trato personal llega hasta los hombres el poder salvador del evangelio. […] La influencia personal es un poder. El sabor de la sal representa la fuerza vital del cristiano, el amor de Jesús en el corazón, la justicia de Cristo que compenetra la vida” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 26).
Jesús advirtió que la sal puede perder su sabor, expresión que era un dicho popular de la época, y que solía ocurrir con la sal del Mar Muerto que no tiene gran pureza. Entonces, no sirve para nada, es echada fuera y pisoteada por los hombres, aquellos a quienes debiera haber comunicado su sabor de vida para vida, y preservado de la perdición eterna.
El Señor no nos ha llamado para pasar inadvertidamente por este mundo.
Al contrario, quiere que seamos agentes de cambio, canales de su amor para transformar vidas y proclamar al mundo que hay un Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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