“Así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ ” (1 Pedro 1:15, 16).
Después de habernos dirigido a Dios como nuestro Padre que está en los cielos, no hubiéramos pensado en hacerle esta primera petición: “Santificado sea tu nombre”. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta primera petición de la oración modelo?
Jesús, en la oración sacerdotal, dijo: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Juan 17:6). Y Pablo nos hace la siguiente admonición: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17). Nosotros, como pueblo de Dios, llevamos el nombre de Dios delante de los hombres de forma que el mundo conoce su santidad, su verdad, su justicia a través de nuestro testimonio; su nombre está asociado estrechamente a nuestra vida.
Esta primera petición del Padrenuestro supone, por consiguiente, la eliminación de toda gloria humana, de todo mérito humano, la exaltación exclusiva del nombre de Dios. En el camino de la salvación, como dijo Pedro, no podemos poner nuestra confianza en ningún otro nombre que no sea el de Jesucristo: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12).
Santificar el nombre de Dios significa que jamás su nombre sirva para cubrir infamias o empresas de iniquidad, un Dios que nos ha ordenado: “No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano” (Éxo. 20:7), que no puede ver la injusticia o la mentira, que tiene horror a la violencia que no soporta la opresión de alguna de sus criaturas ni la expoliación de sus derechos. Que quiere que el mundo se pueda dar cuenta de lo que él es a través de lo que es la iglesia.
Más de 400.000 personas visitan cada año la catedral gótica de León (España) (1205-1301), la pulchra leonina, para contemplar sus 1.850 m2 de maravillosas vidrieras medievales que reducen los muros a su mínima expresión, dando al interior del templo un inigualable espectro lumínico.
Un día, una maestra de la ciudad preguntó a una alumna si podía explicar a sus compañeras lo que era un santo y la niña que, sin duda, había visto los maravillosos vitrales de la catedral con sus figuras polícromas iluminadas por la luz, dijo: “Un santo es un hombre hecho de vidrios de colores y tiritas de plomo a través del cual pasa la luz del cielo”.
Muestra hoy al mundo con tu vida que Dios es amor.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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