Jehová dijo así: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies Isaías 66:1
Yo era adolescente. La iglesia donde asistía hizo un paseo a una playa de Guatemala. Las aguas tibias del mar invitaban a desafiar las enormes olas que reventaban con furor y estruendo. Esa playa, “El Carrizo”, estaba justo en la desembocadura de un gran río, que en su encuentro con el mar formaba un gran carrizo (nombre dado a la forma de tubo o carrete que toma la ola antes de reventar) donde incluso nadadores expertos habían perecido.
Un grupo de jóvenes chapoteábamos en la espuma de las olas que ya habían reventado. Repentinamente una ola gigantesca nos sorprendió, y todos salieron corriendo antes de que la resaca los arrastrara. Quise hacer lo mismo, pero tenía un pie lastimado porque horas antes había pisado un clavo, y no pude escapar. Me quedé atrapada, y la resaca me arrastró hacia el carrizo, cubriendo mi frágil cuerpo con el peso de las aguas.
Creí que moriría. Tragué mucha agua, y sentía que las fuerzas me abandonaban. Clamé a Jesús para que me salvara, y le dije que si me tocaba morir, que perdonara todos mis pecados para poder estar en el cielo. De pronto sentí en la espalda las plantas de unos pies que me empujaban hacia la playa.
Pronto estuve a salvo, y busqué al “salvavidas” para agradecerle por haberme rescatado. No vi a nadie; estaba sola, lejos de los amigos, que se acercaban corriendo, sorprendidos de verme viva.
“¡Creimos que te habías ahogado! ¿Cómo pudiste salir?”, preguntaron emocionados. El agotamiento no me permitió hablarles, pero mis ojos seguían buscando al hombre que me había salvado con sus pies.
Mi madre, que había observado cómo las aguas me arrastraban, no había dejado de orar al Señor para que me salvara. Jamás olvidaré dos cosas de ese incidente: ¡los pies que me empujaron y la sonrisa de mi madre cuando me vio viva!
Quisiera saber si esos pies tenían cicatrices de clavos… Solo lo sabré cuando me encuentre con mi Salvavidas en el cielo y le pregunte si fueron sus divinos pies los que me rescataron ese día. Mientras tanto, ruego al Señor que mi fe nunca falte, y que tenga la dicha algún día de besar esos maravillosos pies que dominaron por mí las aguas cuando ya no me quedaban ni fuerzas ni esperanza. — Ruth A. Collins.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2015
Jardines DEL ALMA
Recopilado por: DIANE DE AGUIRRE
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