Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Romanos 12:2
Los hijos de Zebedeo no podían controlar su mal genio. Deseaban que descendiera fuego del cielo para destruir una ciudad samaritana (ver Luc. 9:54). Jesús los apellidó: “Hijos del trueno” (Mar. 3:17). Sin embargo, uno llegó a ser el discípulo amado, el gran escritor del libro de Apocalipsis. El otro, Santiago el mayor, fue el primer mártir de los apóstoles.
Su predicación era tan poderosa, que Herodes terminó con su vida para evitar más conversiones al cristianismo. Pedro era impetuoso, pero llegó a ser un gran apóstol. Pablo participaba del apedreamiento de cristianos, pero se convirtió en el apóstol de los gentiles.
Estos son algunos ejemplos de los cambios que, con la ayuda de Dios, ocurrieron en las vidas de hombres y mujeres que eran como tú y yo. Estas experiencias demuestran lo que la fe puede realizar. Estas transformaciones continúan ocurriendo hoy en todas partes.
Cuando trabajaba como obrera bíblica, fui testigo de muchos de esos cambios. Uno que jamás olvidaré es el del señor Cañizares. Este hombre era tan perverso y odiaba tanto el cristianismo, que no solo golpeaba a su esposa cuando la sorprendía leyendo la Biblia, también quemaba toda literatura religiosa que caía en sus manos. Su esposa no tenía permiso de asistir a la iglesia. Cuando él salía de la ciudad, ella acudía a la casa de Dios. Pero, a veces, Cañizares fingía salir del pueblo solo para sorprenderla en la iglesia, sacarla a puñetazos y arrastrarla hasta la casa.
Sin embargo, el testimonio de su esposa y la acción del Espíritu, comenzaron a producir cambios en el corazón del señor Cañizares. Con el tiempo, ese hombre cruel fue transformado, y llegó a ser uno de los mejores diáconos que jamás haya conocido. Su cambio reanimó la fe de muchos. ¡Dios también desea aumentar tu fe!
Medita hoy en las vidas fieles de los que te han precedido. ¡Estoy segura de que eso estimulará tu fe!.—Ana Rosa Chaviano.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2015
Jardines DEL ALMA
Recopilado por: DIANE DE AGUIRRE
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