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“Fue Moisés y le dirigió estas palabras a todo Israel. Les dijo: ‘Ya tengo ciento veinte años de edad y no puedo salir ni entrar. Además de esto, Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán (Deuteronomio 31:1,2).
Es propio del ser humano acariciar ilusiones, albergar esperanzas, realizar o iniciar proyectos. Pero no siempre nuestras ilusiones se materializan ni nuestras expectativas llegan a ser realidades.
También es característico de la experiencia humana el no ver siempre alcanzadas las metas propuestas; no poder gustar, gozar o vivir aquello por lo que hemos luchado, orado y trabajado. Y así, la vida nos depara a veces decepciones, frustraciones, desencantos que toman nuestra existencia aparentemente estéril, como si hubiera sido un sueño fatal (un matrimonio fracasado, un empleo perdido, unos estudios truncados, un puesto profesional concedido a otro, no ser reelegidos para una responsabilidad directiva en el servicio a la iglesia).
Y para los creyentes que entretejemos a Dios mediante la fe en la trama y urdimbre de nuestros proyectos y anhelos, una tal experiencia es aún más traumática porque puede acarreamos una cierta pérdida de la confianza y seguridad en ese Dios providente al que hemos vinculado en las realizaciones de nuestra vida.
En la vida de Moisés encontramos un ejemplo de esta perpleja situación. Después de cuarenta años de prodigios y maravillas, habiendo sido no solo testigo sino protagonista muy comprometido en aquel largo camino por el desierto, cuando ya se encontraba a orillas del Jordán, cuando iba a finalizar su carrera con el pueblo de Israel, el Señor le dijo: “No pasarás este Jordán”. Aquel Jordán de sus anhelos se convirtió para Moisés en el símbolo de sus esperanzas rotas, de un doloroso y trágico fracaso. Oró al Señor, con fervor, con lágrimas, con abatimiento: “Pase yo, te mego, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte y el Líbano” (Deut. 3:25), pero la voz de Dios cortó su plegaria y le dijo expeditivo: “¡Basta!, no me hables más de este asunto” (3:26).
Todos hemos tenido alguna vez un Jordán que Dios no nos ha permitido pasar. Por la fe visualizamos más allá de las realidades temporales que esperábamos en este mundo y vemos nuestro porvenir eterno.
Por la fe penetramos el insondable misterio de los planes de Dios, en cuyas manos tenemos encomendadas nuestras vidas. Entonces, la decepción y la frustración desaparecen. La experiencia del creyente la resume el profeta con las animadoras palabras: “El justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4).
No te desanimes si las cosas no salen como esperas. Sigue a Jesús. Vas por el camino correcto.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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