Skip to content
“Dijo Sarai a Abram: ‘Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi siervo, y quizá tendré hijos de ella, Atendió Abram el ruego de Sarai’ (Génesis 16:2, 3).
Varios estudios arqueológicos han desmentido en diversas ocasiones la teoría que considera a los patriarcas como figuras étnicas, y no como personajes históricos. Han mostrado que tanto los nombres como sus hechos corresponden a amales, contratos y leyes que existían en la época en que vivieron. Este es el caso con respecto a las relaciones conyugales de Abraham, Sara y Agar, cuya base jurídica es el famoso Código de Hammurabi del Museo del Louvre de París.
Hammurabi fue un rey amorreo del Imperio babilónico que vivió en el siglo XVIII a.C. y reinó entre 1792 y 1750 a.C., coincidiendo con la época patriarcal. A él se atribuye la recopilación y exposición pública de un conjunto de leyes civiles que grabó en una estela de basalto negro de 2,25 metros de altura, compuesta por 39 columnas con 3.624 líneas de escritura cuneiforme.
En las secciones 144 a 146, se prescribe: “Si un hombre libre se ha casado con una sacerdotisa y si esta no le ha dado hijos porque es estéril, la esposa podrá dar a su marido, como concubina, a una esclava para que entre en su casa y tenga hijos con ella. Si la esclava tuviere hijos, no podrá igualarse con su señora por ello y si se ensoberbeciere con la dueña, la señora no podrá venderla; la marcará y la tendrá entre sus esclavos”.
En otros textos legales de la época se indica que la esclava dará a luz en las rodillas de su dueña y que el hijo que nacerá será hijo de la señora, con todos los derechos sucesorios.
Abraham y Sara se adelantaron a los planes del Señor, dudaron de la posibilidad material de la promesa, les faltó la fe en la Providencia. De modo que, para posibilitar el nacimiento de un heredero, recurrieron a las prácticas legales de su tiempo. Así nació Ismael, el hijo de la esclava; pero, más tarde también nació Isaac, el hijo de la promesa.
Dos hijos, dos descendencias, dos pueblos, desde entonces y hasta hoy, rivales y enfrentados en una guerra atávica interminable. ¿Será acaso el resultado inevitable de seguir prácticas y leyes del mundo en lugar de confiar plenamente en Dios y cumplir sus mandamientos? También hoy existen matrimonios autorizados por las leyes humanas que Dios no aprueba. Por eso nunca hay que olvidar que hay un Dios en los cielos.
Decídete hoy a no vivir una simulación espiritual, sino una genuina vida de fe y confianza en el Padre celestial.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
0 comentarios:
Publicar un comentario