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“Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos (Éxodo 25:8).
El Señor ordenó la construcción de un santuario. ¿Acaso debía ser como el templo de Amón en Karnak con su magnífica sala hipóstila? ¿O tal vez como Deir-el-Bahari, construido por la reina Hatchepsut, la madre adoptiva de Moisés? ¡No! El modelo usado para el santuario israelita del desierto fue “aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no hombre”, “las cosas celestiales” de las que el recinto sagrado israelita no era más que “figura y sombra”. Moisés construyó el santuario “conforme al modelo” que le “fue mostrado en el monte” (Heb. 8:2, 5, 6).
Hace varios años visité Egipto, y recuerdo mi sorpresa, por no decir estupor, cuando el guía nos condujo en el complejo sagrado de Karnak al sancta sanctorum, el lugar santísimo del templo, un cubo perfecto donde se rendía culto al dios Min, el dios creador, una pequeña imagen fálica dentro de una especie de sagrario. También vi en los hipogeos pinturas murales de ángeles que, como los querubines del propiciatorio del arca, cubrían los pies con sus alas. Es evidente que el Señor condescendió con alguna contextualización y permitió a Moisés reproducir, a un nivel de sublimación, algo de los templos egipcios.
Aunque la verdadera morada de Dios entre los seres humanos fue la encamación de Jesucristo (Juan 1:14), el santuario israelita la tipificó: la luz de la shekinah entre los dos ángeles del propiciatorio era una representación vivida de la presencia divina; las siete lámparas encendidas del candelabro simbolizaban la luz del Espíritu Santo iluminando al pueblo; los panes de la proposición representaban a Jesús, el Pan de vida; la sangre de las víctimas propiciatorias de los sacrificios y los sacerdotes representaban la sangre de Cristo derramada en la cruz, y a este en su función sacerdotal.
El santuario israelita, testimonio viviente de la salvación en el Antiguo Testamento, era una parábola profético-mesiánica magnífica del ministerio de Jesús y de la salvación en el Nuevo Testamento. Por eso, también aquella fiesta singular del Día de la Expiación, con todo su significado escatológico, era una representación del fin, del juicio investigador y del último acto intercesor del Salvador en el cielo antes de su venida.
Mientras tanto, cada creyente somos aquí un santuario, un templo del Espíritu Santo donde rendimos a Dios un culto en espíritu y en verdad, un sacrificio vivo, sagrado y agradable a Dios, llevando a Cristo dentro de nosotros.
¿Te gustaría que el Señor habitara hoy en tu vida? Eso es posible. ¡Ábrele la puerta de tu corazón!
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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