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“El rey preguntó entonces al etíope: ‘¿El joven Absalón está bien? ’El etíope respondió: ‘Que a los enemigos de mi señor les vaya como a aquel joven, y a todos los que se levanten contra ti para mal Entonces el rey se turbó, subió a la sala que estaba encima de la puerta y lloró. Mientras iba subiendo, decía: ‘¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío! ’ ” (2 Samuel 18:32, 33).
Pocas veces recordamos a David como padre. Qué gran amor e inquietud sintió por la seguridad de Absalón, aquel hijo rebelde que provocó una guerra civil.
El levantamiento en armas de Absalón contra su padre es uno de los cuadros más dramáticos de la historia de David. ¡El más valiente de los guerreros de Israel tuvo que huir llorando perseguido por un hijo rebelde! Antes de la batalla, David ordenó a sus generales: “Tratad benignamente, por amor de mí, al joven Absalón” (2 Sam. 18:5). Pero no fue así. Absalón murió en la batalla a manos de Joab, general en jefe de David.
Y es que siempre habrá un Joab, frío, calculador, insensible, justiciero y despiadado que no va a tener en cuenta el dolor que nos causan los problemas de nuestros hijos. Cuando los emisarios llegaron para dar la noticia a David, al rey solo le importaba la vida de su hijo, y cuando supo que había muerto, nada pudo consolarle, de tal modo que “se convirtió aquel día la victoria en luto para todo el pueblo” (2 Sam. 19:2).
¿Tienen paz nuestros hijos? ¿Tienen paz nuestros jóvenes? La verdad es que la juventud adventista es el flanco más vulnerable a los ataques de Satanás contra el pueblo de Dios. En las Lamentaciones de Jeremías, la pérdida de los jóvenes del pueblo es un signo de dolor y ruina: “Ved mi dolor: mis vírgenes y mis jóvenes fueron llevados en cautiverio. […] mis vírgenes y mis jóvenes han caído a espada” (Lam. 1:18; 2:21).
Pero hay esperanza, el ángel del Señor que está hablando a Zacarías, le dice a otro ángel: “Háblale a este joven” (Zac. 2:4), implicando así a la juventud en la restauración mesiánica de Jerusalén. Jesús ama a nuestros hijos, lo sabemos, y la promesa más alentadora que recibimos los padres que, como David, hemos llorado alguna vez por nuestros hijos, es la que nos ofrece Isaías en los mensajes mesiánico-escatológicos de su libro: “El Señor mismo instruirá a todos tus hijos, y grande será su bienestar” (Isa. 54:13, NVI).
Ruega hoy al Señor por los jóvenes de tu iglesia.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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