“Todo lo que te venga a mano para hacer,hazlo según tus fuerzas,porque en el seol, adonde vas, no hay obra,ni trabajo ni ciencia ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10).
Cuando estaba por cumplir 73 años, sufrí un infarto de miocardio y, aunque fui atendido inmediatamente y el corazón no sufrió apenas necrosis, el cateterismo que me hizo un hemodinamista reveló que mis arterias coronarias estaban enfermas, por lo que me tuvo que implantar cuatro estents.
En mi caso, hay un factor genético de riesgo evidente. Mi padre falleció a los 62 años víctima de una cardiopatía congénita, mi hermano mayor murió también por dolencias cardiacas reiteradas a los 77 años y, dos meses después de sufrir yo el infarto, lo tuvo mi hermano menor. Esto me hizo afrontar el problema de la muerte con un realismo y una eventual inmediatez como nunca antes lo había experimentado. ¿Sentí miedo por ello? Si he de ser absolutamente sincero, no sé lo que es el estremecimiento del miedo a morir.
Miedo, no; pero sí he tenido y tengo serenas reflexiones acerca del significado de la muerte. Inspirado por lo que dice nuestro versículo de hoy, me planteo que debo afrontar la muerte, cuando llegue, no solo desde la esperanza del “más allá”, sino también desde la realidad existencial del “acá”. En realidad, la síntesis de las palabras del sabio en Eclesiastés es esta: “Puesto que sabes que has de morir, aprende a vivir aquí y ahora”. Por eso he titulado nuestra reflexión: “Vivir corre prisa”, porque, como dice José Luis Martín Descalzo: “La muerte, en lugar de acoquinarme, me acicatea; porque en vez de apocarme, me da unas tremendas ganas de vivir y amar”.
En las páginas de este devocional he contado muchas experiencias que he vivido, visto de cerca, oído, y si debo hacer balance reflexionando sobre mi muerte, exclamo: ¡Qué privilegio, qué don precioso me ha concedido la Providencia en esta vida! ¡Cuántas veces he sido testigo del infinito amor de Dios, cuántas he descubierto y me he deleitado en los planes eternos del Padre celestial para este mundo! ¡Qué gozo haber servido a la iglesia tomado de la mano de mi querido Salvador! ¡Qué inmerecido amor el que he recibido de mi familia, mis amigos y mis hermanos en la fe! Y, reflexionando sobre todo esto y anclado en mi esperanza futura, no, no tengo miedo a la ruptura trágica de la muerte.
Porque hay un Dios en los cielos… agradece al Señor el bendito don de la vida.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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