“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24).
La profecía de las setenta semanas es una de las más extraordinarias de la Biblia. Nos permite fijar la fecha del bautismo del Mesías y la de su muerte.
Así lo reconoció el apóstol Pablo cuando escribió: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál. 4:4) y también: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5:6). El propio Jesús, después de su bautismo en el Jordán, comenzó su ministerio con el anuncio: “El tiempo se ha cumplido” (Mar. 1:15), y judíos que conocían la profecía de las setenta semanas, esperaban la venida del Mesías en aquel tiempo (Juan 1:19; Luc. 3:15).
Esta revelación dada al profeta Daniel fue la respuesta a su oración de intercesión por su pueblo, pues estaba perplejo creyendo que las 2.300 tardes y mañanas de la visión anterior se aplicaban a la duración de la cautividad en Babilonia: “Estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía” (Dan. 8:27).
Cuando el ángel Gabriel es enviado a Daniel para aclararle el misterio del cómputo profético, le dice: “Entiende, pues, la orden, y entiende la visión” (Dan. 9:23). ¿Qué visión? Un elemento de carácter filológico nos aclara a qué visión se está refiriendo el ángel. El término hebreo empleado para la palabra “visión” aquí y en Daniel 8:27 es mar’eh, la visión de las tardes y mañanas (Dan. 8:26), es decir, la única parte de la visión anterior que había quedado sin explicar, el cronograma de los 2.300 días proféticos.
Quedan así establecidos la relación entre el capítulo 8 y el 9 del libro de Daniel como partes de una misma visión y el principio interpretativo de día por año, clave para que sus anuncios proféticos tengan sentido. El foco interpretativo de las setenta semanas se centra en la última, la más importante.
Aceptado el comienzo de la profecía en el otoño del 457 a.C., podemos fijar en el otoño del 27 de nuestra era la fecha del bautismo de Jesús, en la primavera del 31 la de su crucifixión y en el otoño del 34 el inicio de la predicación del evangelio a los gentiles o la universalización del pacto divino.
No hay duda, la profecía confirma la providencia divina en la historia y la inspiración del profeta Daniel.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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