Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron […]. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos,” y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Apocalipsis 21:1, 4.
¿Has estado alguna vez en medio de una
gran tormenta, en tierra o en mar? La violencia de la tempestad tiene un efecto
intimidante y aun angustioso.
Nos sentimos inseguros. Pero cuando pasa la
tormenta, deja de llover, se calma el viento, y hasta se empieza a abrir el
cielo y las nubes ceden su paso a la luz maravillosa del sol, la sensación de
seguridad, bienestar y paz que nos inunda es proporcional a la furia con que nos
azotó la tempestad.
Algo parecido nos sucederá cuando
lleguemos al hogar celestial. Nuestra paz y nuestra felicidad serán
infinitamente mayores que todo el dolor que hayamos padecido en esta tierra. Por
eso, San Pablo nos dice lleno de entusiasmo: “Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en
nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Aquí hemos padecido los efectos del
terrible experimento de la rebelión. Sufrimos en carne propia lo que produce el
pecado, el egoísmo, el Soltarse de la mano de Dios, el rebelarse contra él para
andar en nuestros propios caminos. Vimos que Dios tiene razón en medio de este
conflicto cósmico, cuando nos dice que el verdadero camino de la felicidad está
en confiar en él, amarlo y andar en el camino de su voluntad.
Pero por fin el anhelo más profundo del
corazón humano bondadoso, el estar eternamente con el Ser más maravilloso del
universo, se cumple. Estaremos con Dios. Viviremos para siempre con él. No nos
cansaremos nunca de embelesarnos al escuchar su palabra infinitamente sabia y
bondadosa, sentir su mirada saturada de amor que nos asegura que siempre fuimos
queridos por él y que por eso envió a su Hijo a morir por nosotros, para
salvarnos y gozar de la eterna dicha que nos está preparando en el cielo.
Ya no habrá ningún motivo de llanto, de
dolor. La tormenta habrá pasado para siempre. Solo eterna felicidad. Que Dios te bendiga hoy siempre para
mantenerte confiado en Dios, amándolo y siéndole fiel hasta ese día glorioso en
que venga a buscarte. Amén.
“El Tesoro Escondido”
Por: Pablo Claverie
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