“Los entendidos resplandeceráncomo el resplandor del firmamento;y los que enseñan la justicia a la multitud,como las estrellas, a perpetua eternidad” (Daniel 12:3).
José Luis González, escritor puertorriqueño, escribió un cuento titulado La noche que volvimos a ser gente, en el que narra las peripecias de un boricua (nombre indígena del nacido en Puerto Rico),
para llegar a su residencia en uno de los suburbios de Nueva York el día del gran apagón general del 13 de julio de 1977: bloqueo del metropolitano, parón de los ascensores y de todos los servicios eléctricos, caos en las comunicaciones, etcétera. La situación resultaba aún más grave para el protagonista porque ese día iba a nacer su hijo y quería estar presente. Al fin llegó, pero el bebé ya había nacido; no obstante, junto con otros puertorriqueños, decidieron subir a la azotea de la casa para celebrarlo.
Y desde allí vieron con sorpresa un cielo cuajado de estrellas, con una enorme luna llena, muy semejante al de las hermosas noches de su Puerto Rico natal.
Entonces volvieron a ser gente, la misma gente que cuando salieron de su isla.
El cuento no solamente es una reivindicación de las raíces y el orgullo de los inmigrantes puertorriqueños, subraya también el ambiente impersonal, insolidario y hostil que existía en Nueva York en aquel tiempo, donde saludar o sonreír a un desconocido se consideraba casi ofensivo.
Nueva York, Las Vegas y otras grandes ciudades del mundo, están iluminadas por infinidad de luces eléctricas y rótulos de neón; de noche, deslumbran, resplandecen, pero en realidad, son luces artificiales que están cubriendo el fulgor de las estrellas, impidiendo ver el resplandor del firmamento. ¿Has contemplado en fiestas una exhibición pirotécnica de fuegos artificiales? Las luces eléctricas se apagan, el cielo se viste de brillantes fuegos, filigranas de luz y color, caprichos cromáticos pintados en las nubes y mucho ruido; pero, cuando el espectáculo ha terminado y vuelve el silencio de la noche, ¿qué queda? Nada, solo humo. ¡No! Pasados unos minutos, ese mismo cielo se vuelve a iluminar tenuemente, pero esta vez con el pálido y lejano fulgor
de las parpadeantes estrellas que siempre estuvieron allí.
Esta imagen tiene también su aplicación espiritual. El cielo de las estrellas, de los ideales auténticos, está detrás de los fuegos de artificiales y de las luces de neón, pero existe, no es un espejismo ni un sueño, es esa realidad perdurable que seguirá brillando cuando todas las luces de este mundo se apaguen.
Para volver a ser gente, personas que resplandezcan con la luz del firmamento, solo debemos levantar nuestras cabezas y ver brillar las estrellas.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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