Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6
Afuera la noche es fría. Ha estado nevando suavemente desde poco antes del atardecer. La calle, solitaria y oscura, reposa bajo copos de suave algodón y un viento frío la recorre. Árboles y tejados se cubren con mantos de hielo. Debería acurrucarme en el cómodo sillón frente a la hoguera y esperar a que el sueño me venza, pero voy y abro el ropero, me pongo las botas de nieve y tomo el abrigo.
Esta noche es Navidad. Es noche de milagros y sueños, noche de esperanza y renovados votos del corazón. No podría dejar que otra Navidad pasase al baúl de los recuerdos, sin antes encontrarme cara a cara con el Niño Dios.
Afuera, la calma me recibe. Me protejo del aire frío que hiere mi cara y prosigo hasta el bosquecillo de pinos que rodea la parte posterior de la casa. La noche me habla; me regresa a un lejano pasado, a una colina cualquiera de Belén. La brisa helada trae consigo los susurros apagados de unos pastores de ovejas que se calientan en torno a una pequeña fogata. A corta distancia cabecea un rebaño de ovejas. Entonces, en alas del viento, llegan también hasta mí las dulces notas de una canción de cuna.
Sigo las huellas de aquel susurro, hasta encontrarme a la puerta de un humilde establo. El vaho de los animales que lo habitan brinda cierto calor a la humilde escena. Madre e Hijo me reciben. Del cielo tachonado de brillantes estrellas se escucha un sublime canto: “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro… Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre” (Isa. 9:6, 7).
Caigo de rodillas. De nuevo, he encontrado al niño Dios y lo adoro como lo hicieron los pastores en aquella noche, cuando el rumbo del mundo cambió. La nota que resonó en alabanzas por las colinas y llanos de Belén parece ahora extenderse hasta los confines de la tierra que diviso: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz!”.— Olga Valdivia.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2015
Jardines DEL ALMA
Recopilado por: DIANE DE AGUIRRE
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