“Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo’ ” (Mateo 2:1, 2).
“Los magos de Oriente eran filósofos. Pertenecían a una clase numerosa e influyente que incluía a hombres de noble alcurnia, y que poseía gran parte de las riquezas y del saber de su nación. Entre ellos había muchos que explotaban la credulidad del pueblo. Otros eran hombres rectos que estudiaban las indicaciones de la Providencia en la naturaleza, quienes eran honrados por su integridad y sabiduría. De este carácter eran los sabios que vinieron a Jesús. […] Con gozo supieron los magos que su venida se acercaba, y que todo el mundo iba a ser llenado con el conocimiento de la gloria del Señor” (El Deseado de todas las gentes, p. 41).
Elena de White comenta que Dios reveló a los sabios que había llegado la hora de ir en busca del Príncipe recién nacido. Ellos vieron una estrella que no correspondía con ningún planeta o astro conocido que se detuvo en el cielo llamando profundamente su atención y convirtiéndose finalmente en la guía que les fue mostrando el camino a Belén. También, precisa que: “Mientras tenían la estrella por delante como señal exterior, también tenían la evidencia interior del Espíritu Santo, quien estaba impresionando sus corazones y les inspiraba esperanza” (ibíd., p. 42).
Después de un largo viaje, los sabios llegaron a su destino y ¿qué encontraron?
Aparentemente todo resultó decepcionante: la estrella desapareció cuando entraron a Jerusalén. En la ciudad, no había signos del nacimiento del Rey; en el palacio, encontraron un tirano en lugar del Hijo de Dios; los escribas y doctores de la ley que fueron consultados mostraron indiferencia hacia ellos porque eran extranjeros. Posteriormente, fueron conducidos de nuevo a una humilde casa.
¿Tenían motivos para dudar de aquella revelación y considerar un fracaso su viaje? Sí, por supuesto, pero ningún obstáculo hizo vacilar la fe de aquellos sabios. Entraron en la casa, se postraron, adoraron al niño y abriendo sus tesoros. Ofrecieron oro, incienso y mirra a aquel que habían buscado con amor y hallado con gozo.
Los sabios de Oriente representan a todos aquellos ilustrados, ricos o poderosos de este mundo que vencen con una sólida confianza en Dios los prejuicios nacionalistas o de clase, que saben renunciar a las dudas de la razón y, contra toda supuesta evidencia, manifiestan una fe sencilla, pero firme.
Sigue hoy a Jesús dondequiera que él te indique.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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