La mujer que teme a Jehová, esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos. Proverbios 31:30, 31
Tenía veinticuatro años, su cuerpo estaba grotescamente deformado. En su infancia habían comenzado los efectos de una extraña enfermedad que la dejó postrada en una cama y truncó su desarrollo mental.
No podía moverse ni alimentarse, pero Alma,* su madre, dedicaba su vitalidad y su energía a cuidarla. La jovencita era mi paciente, pero la que le brindaba el mejor cuidado era su madre. Ella podía intuir lo que su niña necesitaba; jamás la dejaba sola. Como recompensa, de vez en cuando podía arrancar alguna sonrisa de labios de la jovencita enferma.
¿Te has preguntado alguna vez cómo sería una madre perfecta, una madre de “diez puntos”? Medimos a una madre por su belleza, su vestimenta, su carácter, y la inteligencia de sus hijos. Conozco a algunas madres de cinco puntos, o de siete. Pero me sentí humillada y privilegiada de conocer a Alma, una madre de “diez puntos”.
Si tú tienes un hijo discapacitado, ¡ya eres una madre de “diez puntos”!
Hace miles de años, un ángel le dijo a una jovencita virgen que ella tendría un Hijo. Ella preguntó: “¿Cómo será esto?”. El ángel le dijo que el Espíritu Santo vendría sobre ella… y luego le dio la promesa: “Porque nada hay imposible para Dios” (Luc. 1:37). Si clamas por la promesa, también te puedes convertir en una madre de “diez puntos”.
¿Cómo describir a esa madre? Su rostro es hermoso, aunque revela cansancio. Sus ojos brillan porque su hija es un don de Dios. Su cabello a veces está despeinado, porque su hijo juega con él. No va al salón de belleza cada semana, pero varias veces por semana lleva a su hijita a la cínica de rehabilitación.
Se viste con modestia. Las frustraciones pueden acosarla, pero ella sabe que Dios tiene un plan para su hijo y se ha propuesto tratar a su niño discapacitado con naturalidad. ¿Conoces a una madre así? Llámala o dale un abrazo hoy.— Nibia Mayer.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2015Jardines DEL ALMA
Recopilado por: DIANE DE AGUIRRE
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