“A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten, pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Eclesiastés 4:12).
Aunque muchas veces se ha usado este versículo para hablar del matrimonio, hoy quisiera citarlo como referente de la relación personal que deben tener los miembros de iglesia unos con otros y con Cristo.
Todos nosotros, individualmente, somos en la iglesia como hilos, hebras compuestos de diferentes fibras y colores: unas fuertes y finas como la seda; otras más comunes pero muy versátiles y útiles, como la lana, el algodón o el lino; algunas son especialmente resistentes, como el cáñamo; otras más bastas, aunque fuertes, como el esparto.
No incluyo aquí las fibras sintéticas porque no son auténticas, no son una creación de Dios, son un sucedáneo de las fibras naturales inventado por el hombre.
A causa del pecado, somos todos hilos frágiles que nos rompemos fácilmente, que no resistimos cuando estamos sometidos a fuertes tensiones o a ciertos golpes que nos cortan como si fueran tijeras. Pero, cuando con los vínculos del compañerismo cristiano y el amor fraternal nos juntamos y trenzamos unos con otros, nos fortalecemos y adquirimos mayor resistencia sin perder la elasticidad de la individualidad, porque como dice el texto: “Si caen, el uno levantará a su compañero” (Ecl. 4:10).
En efecto, no solo el matrimonio y la familia, sino también la amistad, la solidaridad, la asociación de miembros de iglesia para la vida colectiva nos dan más fuerza y nos hacen casi irrompibles. Somos como un hermoso cordón de muchos cabos.
Pero aun así, los ataques del diablo, las circunstancias graves de la vida cristiana y, sobre todo, los problemas personales de la convivencia, nos desgastan primero y nos deshilachan después, reduciendo considerablemente nuestra resistencia y pudiendo llegar incluso a rompernos. Por eso, necesitamos estar
trenzados con Cristo. Dios el gran Tejedor del cielo, hace girar y girar, por medio del Espíritu Santo, el huso y la rueca, y sus finos dedos hilan con destreza las hebras humanas de algodón, de lana o de seda con las preciosas y fuertes hebras de Cristo, de oro y de acero. Y así, los tres cabos del cordón resultante:
el tuyo, el mío y el de Cristo, perfectamente trenzados, hacen un cordón que nada ni nadie puede romper.
Porque hay un Dios en los cielos… tú puedes mantener una relación más sólida con tus seres queridos. Decídete hoy a hacer todo lo que esté en tus manos para que esto sea posible.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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