noviembre 05, 2015

¡Me ahogo!Devoción | Matutina para Adultos 2015

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán” (Isaías 43:2).
Cuando tenía 19 años, aprovechando unos días de vacaciones estivales, toda mi familia quisimos pasar un día de campo. Escogimos una arboleda cerca de un río no muy caudaloso pero de cuyo cauce, supimos después, se extraían áridos para la construcción.
Mientras mi madre preparaba la comida, mi hermano pequeño y yo decidimos tomar un baño. A pocos metros de la orilla todo fue muy bien pero, al adentrarnos hacia el centro del río, la corriente nos arrastró y fue necesario nadar en su contra. Mi hermano no nadaba bien, y cuando la corriente lo arrastró a un pozo y dejó de tocar fondo, sintió pánico y empezó a mover brazos y piernas para mantenerse a flote, pero se hundía. 
Yo fui nadando hacia él para ayudarlo pero, en su estado de pánico, se me sujetaba con desesperación y me hundía, así que tuve que separarme de él. En aquel momento, lanzó un grito que se clavó en mi mente y en mi corazón: “¡Me ahogo!” Cuando volví mi cabeza hacia él, el agua lo había cubierto completamente. Sentí entonces una angustia indescriptible. 
¿Permitiría Dios que aquella excursión familiar terminase en tragedia? ¡No Señor! ¡No! Entre sollozos, balbuceé una oración agónica: “¡Señor, salva a mi hermano!” Aunque estaba agotado, nadé como pude para salir de la corriente. Cuando volví mi vista hacia donde él estaba, vi cómo dos pescadores que habían presenciado todo lo estaban sacando a flote. Pedro, mi hermano, apenas se acuerda de los detalles de aquel accidente.
Yo, por el contrario, que lo vi, que escuché aquel grito, que luché impotente para ayudarlo, que viví aquel momento de trágica búsqueda de la ayuda divina, no lo he podido olvidar jamás. Me dejó una cicatriz en algún lugar de mi subconsciente, y cuando estoy muy estresado, reproduzco en sueños el grito de mi hermano que se ahogaba.
Dios permite a veces que los momentos trágicos que hemos vivido en este mundo, en los que su mano todopoderosa fue evidente, nos dejen en alma y cuerpo alguna cicatriz indeleble que nos recuerda aquel incidente: Jacob, después de su lucha con el ángel del Señor, cojeó de su cadera permanentemente.
Pablo, en su camino de Damasco, cuando fue rodeado de un resplandor del cielo, quedó ciego por unos días y guardó, para siempre, una afección en los ojos. Dios, en su magnífica providencia, salvó a mi hermano Pedro y a mí me dejó un recuerdo imborrable.
¿Eres consciente de que Dios también ha salvado tu vida?

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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