“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).
Desde que éramos niños, mi padre hacía el recuento de sus ingresos del día y nos dejaba encima de la mesa un poco de la calderilla que había recogido en su trabajo, indicando en una hoja de su libreta a quién iba destinada: “Esto para Adolfo, esto para Carlos, esto para Pedro”.
Lo primero que hacíamos los niños al levantarnos –mi padre ya había salido a trabajar– era ir rápidamente a la mesa del comedor para saber a quién y cuánto nos había dejado aquella noche. Así fue durante casi diez años, hasta que fuimos mayores
y pudimos tener nuestros propios ingresos como resultado de nuestro trabajo.
Cuando decidí ir a estudiar al seminario adventista de Madrid, el plan era que primeramente, durante el verano, yo me fuera a colportar para ganarme la colegiatura. Tarea ardua y difícil en aquel momento, no solamente por la precaria situación económica del país, sino también por mi timidez hacia la gente. Aquella
mañana, la última que iba a pasar en mi casa, al levantarme me acerqué como era habitual a la mesa. ¡No había calderilla! Más bien, encontré un billete de mil pesetas con la habitual hojita de papel, en la que mi padre había escrito: “Esto para Carlos, para que no pase hambre”. ¡Mil pesetas! ¡Casi el salario mensual de
un trabajador de entonces! Después de la comida, en el momento de despedirnos, mi padre volvió a expresar sus presagios pesimistas respecto al colportaje, dirigiéndose al joven que la editorial había enviado para instruirme: “Carlos en los estudios irá bien, pero en el colportaje será un fracaso”. Y se fue.
Pero en aquel venturoso verano de 1956 las cosas salieron de acuerdo con los providentes planes de Dios. Nuestro versículo de hoy dice que Dios es poderoso para sorprendernos con resultados mucho más abundantes de lo que fueron capaces de calcular nuestros pronósticos. Y así fue. Mis ventas en el colportaje me permitieron ganar no una escolaridad sino tres. Cuando concluyó aquella campaña de verano, fui el primero en ventas de los colportores estudiantes, regresé a mi casa con una cartilla de ahorros donde guardaba sustanciosas ganancias y, lo más importante, tanto mi padre como mi madre, mis hermanos y yo mismo habíamos comprendido que en las situaciones difíciles Dios no nos deja calderilla en los bolsillos, sino mucho más, muchísimo más de lo que podíamos pedir o entender.
Recuerda hoy que los planes de Dios están por encima del más elevado pensamiento humano.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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