“Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, Señor, levanto mi alma” (Salmo 86:4).
Es curioso, David está pidiendo a Dios lo mismo que aquel monje anónimo que escribió Las glosas emilianenses.
Está pidiendo gozo. Corría el año 977, en el monasterio benedictino de Suso, en San Millán de la Cogolla, en el corazón de la naciente Castilla, un monje escribirá, en el margen del texto latino de un sermón de San Agustín sobre las señales del fin, las famosas glosas que representan las primeras cláusulas redactadas en castellano. Este es pues, el origen del español, lengua hablada hoy por más de cuatrocientos millones de personas en el mundo.
Pues bien, esas primeras frases escritas en español, son en realidad una oración musitada con estremecimiento por el monje, después de leer los horrores del fin del mundo que San Agustín anunciaba para el año 1000 de la Era Cristiana, es decir, para unos veintitrés años más tarde.
Esta es la transcripción de esa oración al castellano actual, hecha por el filólogo Ramón Menéndez Pidal: “Con la ayuda de nuestro dueño, don Cristo, don Salvador, el cual dueño es en la honra y el cual dueño tiene la potestad con el Padre, con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente tal servicio hacer que delante de su faz gozosos seamos”.
El monje del monasterio de San Millán pide en su oración gozo en una época de temor, de miedo generalizado por los desastres y calamidades anunciados para el año 1000. Entonces eran presagios catastrofistas vaticinados por profetas de mal agüero; hoy, desgraciadamente, son datos, informes, hechos reales de la crónica diaria de nuestro tiempo. Paradojas de la historia, la oración del monje debiera ser, mil años después, la nuestra.
Con un nudo de inquietud en las gargantas pidamos al Salvador: “Con tu ayuda Señor y Salvador nuestro Jesucristo, que compartes con el Padre y con el Espíritu Santo la potestad sobre todo lo que existe, que conduces los siglos de los siglos de la historia de este mundo al soberano cumplimiento final de tu santa voluntad, pedimos, en este tiempo de temor y de angustia de gentes, que presentes a tu pueblo delante de la faz del Padre, llenos de gozo real y verdadero. Amén”.
Los seres humanos seguimos teniendo sed de gozo, alegría y felicidad.
Ninguna de esas virtudes es pecaminosa. Más bien, son dones del Espíritu Santo (Gál. 5:22). Tú también puedes acceder a ellas, cambiar tu vida y experimentar que hay un Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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