Es muy fácil, desde nuestra perspectiva hoy, mirar hacia atrás, a la iglesia primitiva, como una especie de modelo de armonía y paz, un ejemplo de lo que trataba la verdadera adoración. Desgraciadamente, la historia del Nuevo Testamento es muy similar a la del Antiguo Testamento: ambas muestran cuán lejos hemos caído.
Toma, por ejemplo, la iglesia de Corinto, que Pablo estableció en su segundo viaje misionero. Era un centro comercial, conocido por su lujo y su riqueza; pero Corinto era también uno de los centros de religiones sensuales y degradantes de la época. La influencia de esta cultura, la inmoralidad y la disensión habían invadido la iglesia. Y, aunque esto era malo, no era el único problema que tenían. Pablo menciona otros problemas que estaban dividiendo a la iglesia (Hech. 8-11): la idolatría (1 Cor. 10:14) y, al parecer, un énfasis exagerado en los dones, especialmente el mal uso del don de lenguas por motivos de satisfacción propia (1 Cor. 14).
En medio de su discurso a los corintios, con todos sus problemas, Pablo les presenta el famoso capítulo de 1 Corintios 13. ¿Cuál es el mensaje esencial allí? Pero, más importante, ¿cómo podemos aplicar esto hoy a nuestras vidas y a la adoración?
Pablo sugirió que ninguna profesión que hagamos, ningún milagro poderoso, ningún don carismático, ninguna piedad o celo, nos beneficiarán a menos que el corazón esté lleno de amor a Dios, confirmado por el amor de los unos a los otros. Esto, dice Pablo, es el don máximo que deberíamos buscar, que no puede ser sustituido por nada menor.
Los dones espirituales son útiles. Los cristianos deberían usar sus dones para honrar a Dios y edificar a la iglesia en unidad. Pero ningún don nunca debe ser usado para exhibición del yo, para la ganancia personal o para realizar actos desordenados en la adoración.
Una iglesia llena de cristianos amantes y consagrados ejercerá una influencia que se extenderá mucho más allá de los cultos de adoración semanales.
¿Cuánto de tu propio tiempo y energía empleas en procurar ministrar a otros? ¿A cuánto de tu yo estás dispuesto a renunciar para el bien de otras personas? No es tan fácil, ¿verdad?
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. -{ Juan 13:34-35 – RV.
¿Qué es lo que Jesús estaba diciendo cuando declaró: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a los otros?. ¿Los discípulos no se amaban? ¿No sabían cómo amarse? ¿O no tenían comprensión correcta del tipo de amor que debían manifestar los unos para con los otros?
Jesús declara de que por la manera de amar unos a los otros. “todos conocerán” que son sus discípulos verdaderos. Esta manera de amar que revela a los otros quienes son los verdaderos discípulos de Jesús, ciertamente no es una manera común de amar. Por lo tanto, esta manera de amar es muy importante y es preciso conocerla para orientar nuestro amor de unos para con los otros como discípulos de Jesús.
¿Cómo Jesús expuso esta manera de amar para sus discípulos? ¿Qué principios estableció Jesús para definir este amor que forma convicciones poderosas en la mente de los observadores de la conducta de sus seguidores?
Jesús usa el verbo ágape – agapate – para enseñar a sus seguidores la manera correcta de amar y que se constituye en señal de identidad con Él, delante de aquellos que no aman de esta manera.
La definición de Jesús es concluyente y no deja margen para divagar. Él declaró: “amaos, así como yo os amé. “Dios es amor – ágape”. Jesús es amor. Este amor es regido por principios, no por los sentimientos. La ley de Dios es la ley de los principios, es la ley del amor. La adoración verdadera se fundamenta en la ley del amor, porque se fundamenta en el carácter de Dios.
Piense: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? “. - {Mateo 5:46 – RV.
Desafio: En esto sabemos que lo conocemos: si guardamos sus mandamientos. Aquél que dice: ‘yo lo conozco’, más no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Más aquél que guarda su palabra, el amor de Dios en él es verdaderamente perfecto; y en esto conocemos que estamos en Él”. - {1 Juan 2:3-5 – Traducción Ecuménica de la Biblia.
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