“Entonces, respondiendo Pedro, le dijo: ‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?’ ” (Mateo 19:27).
En el episodio del joven rico, el Maestro le puso en la disyuntiva de elegir entre el discipulado con Cristo y sus muchas posesiones y, con tristeza, prefirió quedar como estaba y rechazó el camino del renunciamiento.
Entonces Pedro, el más impulsivo de los doce, le preguntó al Maestro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?”
Pero Jesús no corrigió, como otras veces, al impetuoso apóstol, ¡sino que aceptó la pregunta! ¿Por qué? Pedro estaba expresando una inquietud universal de todos los hijos de Dios, los que hemos decidido seguir a Jesús aunque ello nos haya traído renuncias, privaciones y oposición, amarguras y odio del mundo, ¿qué pues tendremos? Jesús consideró legítima la pregunta porque, ante las renuncias del discipulado, el cielo no permanece indiferente o impasible; todo lo contrario, se siente comprometido.
Por eso Jesús respondió: “Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mat. 19:29). La respuesta es muy generosa. Es verdad, si el camino para seguir a Jesús tiene necesariamente un componente ineludible de renunciamiento y sacrificios, el fiel discipulado con Cristo, la vida cristiana, comporta bendiciones, privilegios y seguridades que multiplican por cien el valor material o sentimental de las renuncias.
Algún tiempo después de estas palabras, Pedro y Juan iban al templo a orar, y en la puerta de la Hermosa un cojo de nacimiento les pidió una limosna.
Pedro respondió al mendigo: “Míranos. […] No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hech. 3:4-6). El cojo, ayudado por los apóstoles, se levantó y entró con ellos en el templo saltando y alabando a Dios. ¿Qué tenía Pedro? ¿Qué pudo ofrecer al mendigo? ¿Una limosna? No. Unas monedas hubiesen remediado la situación del cojo de manera temporal, pero ahora, no tendría que volver a pedir más.
¡Estaba curado! Cien veces tanto, dijo Jesús, y la vida eterna. Cuando Pedro estaba cerca del epílogo de su larga vida, escribió unas palabras que expresan la seguridad de la bienaventurada esperanza con la que cerró sus ojos y dejó este mundo: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13).
¿Te preocupa tu futuro? Porque hay un Dios en los cielos… te aseguro que tendrás más de lo que imaginas.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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