“Pero sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito, y se afligirán por él como quien se aflige por el primogénito” (Zacarías 12:10).
Al leer el relato de la crucifixión, observamos la reiteración que los evangelistas hacen del verbo mirar, como si verdaderamente quisiese significar que aquellas escenas del Gólgota resultaron ser un espectáculo para muchos: “El pueblo estaba mirando” (Luc. 23:35); “Los que pasaban le insultaban meneando la cabeza” (Mar. 15:29); “Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios” (Luc. 23:47); “Toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho” (vers. 48); “Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, estaban mirando estas cosas de lejos” (vers. 49). Juan añade que los soldados que fueron a romper las piernas a los crucificados para que no quedasen allí durante el sábado, “como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. […] Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero […]. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’ ” (Juan 19:33-37).
Las miradas de odio y de escarnio de unos, las miradas de compasión y dolor de otros, la mirada de arrepentimiento y de fe del buen ladrón, las miradas de los curiosos ávidos de sensacionalismos o las miradas furtivas de los que pasaban, nos dice Juan que fueron el cumplimiento de la profecía de Zacarías, “mirarán al que traspasaron”.
Pero, en realidad, ¿quiénes fueron los que traspasaron el costado del Salvador? ¿Qué desgarró su corazón y traspasó su alma más profundamente que aquella lanza su costado? Fue el pecado del mundo, la maldad de los hombres. Por eso todos debemos mirar al crucificado.
Pero la profecía de Zacarías no agotó su cumplimiento en el Calvario. Juan anunció un cumplimiento futuro, mucho más general y grandioso, cuando Jesús venga en las nubes de los cielos. Entonces, “todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron” (Apoc. 1:7). Y entonces, cada uno le verá según haya mirado hoy al crucificado. Todos, muy pronto, veremos a aquel a quien nuestros pecados traspasaron. Con qué confusión o con qué gozo. Imposible de expresar ni de presentir.
Miremos hoy al Salvador clavado en una cruz con una mirada profunda de fe, de amor, de esperanza y, cuando él vuelva, obtendremos la vida eterna.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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