“Pedro le dijo: ‘Aunque tenga que morir contigo, no te negaré’ ” (Mateo 26:35).
La historia de Pedro ilustra mejor que ninguna el método educativo de Cristo (La educación, p. 80). De carácter espontáneo, impetuoso, incluso temerario, confiado en sí mismo, aunque generoso para perdonar, los evangelistas nos cuentan cómo con paciencia y amor inteligente, Jesús lo reprendió; le enseñó humildad, obediencia y confianza, transformando su carácter. Una de las experiencias más significativas y decisivas en su vida fue la negación de Cristo en el patio de la casa del sumo sacerdote y su posterior arrepentimiento.
Pedro, el apóstol controvertido, el portavoz de todos, amaba genuinamente a su Maestro y confiaba en él. Entonces, ¿por qué lo negó tres veces? ¿Cómo es posible que llegase a maldecir y a jurar gritando que no conocía a Jesús?
¿Cuál fue el pecado de Pedro? ¡Pobre Pedro! Sí, tenía una conciencia sincera, cargada de buenas intenciones pero inestable. Él no se conocía así mismo. En realidad, pecó de exceso de confianza; falló en aquello en lo que parecía ser más fuerte porque estaba movido por la vanidad y la suficiencia propia. Pedro pecó de superficialidad, el pecado de aparentar y no ser, de no haber profundizado la realidad de su experiencia religiosa. Es más difícil vivir cada día nuestra fidelidad a Dios que morir en un momento de sacrificio.
Pero, a diferencia de Judas, el arrepentimiento de Pedro fue más importante que su pecado (siempre es así). Dos cosas llevaron a Pedro a la contrición: un signo externo, el canto del gallo, y un signo interno, la mirada de Jesús. El arrepentimiento tiene su origen en el amor divino. No fue Pedro quien miró a Jesús cuando pasaba, fue Jesús quien se volvió para mirar a Pedro.
Y el primer fruto de su aflicción fue el reconocimiento de su pecado, las lágrimas amargas que derramó. Después, la soledad, el recogimiento; más tarde, la confesión cuando respondió al Maestro que le preguntó: “ ‘Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?’ Le respondió: “ ‘Sí, Señor; tú sabes que te quiero’ ” (Juan 21:15).
Finalmente, la reparación, cuando valientemente denunció al sanedrín, afrontó la prisión y la muerte. La transformación de Pedro fue un milagro del amor divino.
Todos cometemos errores. El gran triunfo de Pedro fue reconocer los suyos y buscar a Jesús, quien siempre estuvo dispuesto a recibirlo.
Hoy da gracias a Dios por su profundo amor hacia ti. Él conoce tus carencias y fallos. Pero lo importante es que no te separes de su lado. Así, la transformación de tus gustos, anhelos, actitudes y reacciones testificará que hay un Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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