“Él les dijo: ‘¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?’” (Lucas 24:17).
En el crepúsculo del día de la resurrección, dos discípulos de Jesús regresaban a su aldea natal, Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. En el camino iban hablando de lo que había sucedido y con profunda decepción reconocían haber perdido toda esperanza: “Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel” (vers. 21). Habían visto sus milagros, oído sus mensajes, estaban seguros de que él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, pero ahora todas esas convicciones habían quedado enterradas con él en un sepulcro.
Habían perdido también toda alegría. Sentían la nostalgia de un pasado que ya no volvería; sentían la tristeza de la separación, del vacío que deja la ausencia de alguien a quien habían amado. Sentían el desconsuelo de la muerte, del sepulcro en el que habían depositado a su Maestro.
Sentían el abatimiento de la frustración, de la decepción, como si hubiesen vivido un espejismo, una ilusión o un sueño. Y es que la separación del Señor siempre produce tristeza; los que creen que se “liberan” se engañan a sí mismos.
Volver a Emaús era como volver al principio; volver a la pesca como Pedro, Juan y Santiago, desaparecer borrando todo lo vivido. Y, sin embargo, no podían ni sabían hablar de otra cosa. Nunca como entonces habían sentido cuánto necesitaban su presencia, cuánto lo amaban. Por eso Jesús se les apareció y caminó con ellos de regreso a Emaús.
¿Por qué no reconocieron a Jesús? Dice el texto: “Pero los ojos de ellos estaban velados” (vers. 16). Estaban velados por la incredulidad inconsciente de haber aceptado las esperanzas mesiánicas de sus contemporáneos.
Habían colocado un prisma equivocado en la comprensión del ministerio de Jesús y todo lo veían a través de él y no estaban mentalmente preparados para asumir ni su muerte ni su resurrección. Por eso no reconocieron a Jesús. A pesar de todo, Cristo estaba caminando junto a ellos.
¿Has tenido alguna vez los ojos velados por las ideas preconcebidas? ¿Te has sentido decepcionado, triste, desilusionado de tu profesión religiosa porque las cosas no han marchado como tú esperabas? ¿Has pensado alguna vez en abandonar, en regresar a Emaús? Jesús, sin que lo sepamos, camina con nosotros por los caminos de la duda, de la decepción o del desencanto. Si queremos, él nos abrirá los ojos y nos confortará.
Porque hay un Dios en los cielos… cuando tienes muchas dudas y te agobian los interrogantes espirituales, ahí está él contigo, caminando a tu lado.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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