agosto 24, 2015

La ofrenda de la viuda | Matutina para Adultos 2015

“Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: ‘De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento’ ” (Marcos 12:43, 44).
En 2001, Mozambique pertenecía a la División Euroafricana. Yo me encontraba en Mocuba, al norte del país, para inaugurar y dedicar una hermosa iglesia que había sido construida por Enrique Lerma, un misionero español.
Después de los actos de dedicación, el presidente de la Misión invitó a los hermanos a ofrecer donativos. Me quedé asombrado al ver cómo se formaba una enorme fila de cientos de personas que fueron desfilando delante de una mesa y depositando sus ofrendas. Me situé delante de la mesa, quería ver de cerca qué daban y cómo lo hacían. ¡Nunca lo olvidaré! 
Entregaban al Señor ofrendas muy modestas porque eran muy pobres: algo de arroz, algún arrugado billete de 100 meticais (0,008 dólares estadounidenses), un huevo de gallina, un coco, plátanos, raíces de mandioca… Depositaban la ofrenda con la mano derecha mientras sujetaban la muñeca con la izquierda, en silencio, con devoción, como un signo de entrega total, de reconocimiento y adoración. No pude evitar que las lágrimas afloraran a mis ojos, y recordé aquellas dos blancas de la ofrenda de la viuda que un día contempló Jesús.
La moneda griega de cobre más pequeña era la blanca, equivalente a 1/128 de un denario, que era el salario de un día. Ni entonces ni hoy esos valores son una cantidad apreciable, pero Jesús no estaba mirando las manos que daban, ni cuánto daban; su mirada penetraba hasta el corazón, por eso, llamó a sus discípulos y les dijo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos […] esta, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
En el año 2002 inauguramos un sábado la estación misionera de Munguluni (Mozambique). Al concluir el servicio comenzó a llover torrencialmente, los cientos de asistentes se refugiaron debajo de grandes árboles. Yo corría junto a unas hermanas, una de las cuales llevaba algo envuelto en un pañuelo. 
Le pregunté qué era y me lo mostró. Eran dos plátanos, y me dijo: “Es mi comida, ¿quieres uno?” Como la viuda del evangelio, de su pobreza, quiso compartir conmigo todo su sustento. ¡Qué maravilla!
Que hoy sepas y puedas compartir lo que tienes.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
Share:

0 comentarios: