“Allí se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2).
¿Cómo era Cristo? Un dibujante español, Luis Menéndez Pidal, hizo en 1920 un dibujo a lápiz basado en la impresión que supuestamente dejaron los fluidos de la cabeza del cuerpo muerto de Cristo en el sudario de Turín; reprodujo el rostro de aquel negativo. Pero esa reliquia es falsa, no envolvió el cuerpo muerto de Jesús porque se ha demostrado por las pruebas del carbono 14 que la tela corresponde a la Edad Media.Además, ese dibujo pretende describir el rostro de un Cristo muerto, mientras que los Evangelios y las Epístolas nos muestran a un Cristo vivo porque describen los rasgos morales, las cualidades espirituales reflejadas en su rostro. He aquí algunos ejemplos.
Un texto de Lucas nos dice que Cristo tuvo un rostro intrépido: “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (9:51). Hay vidas que se crecen en las adversidades; el rostro de Cristo era de esos que, ante las pruebas, se muestran resueltos, con arrojo, serenos, valientes.
Pedro nos describe un rostro que no hace componendas con el pecado: “El rostro del Señor está contra aquellos que hacen mal” (1 Ped. 3:12). Ese rostro muestra la precisión moral con la que Dios considera al mal. Asimismo, el Cristo de los Evangelios no escondía su enfado ante el cinismo de los fariseos (Mar. 3:5).
En Getsemaní, Cristo mostró un rostro suplicante y a la vez sumiso: “Se postró sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú’ ” (Mat. 26:39). Cristo sintió el peso de los pecados de la raza humana, pero aceptó la voluntad del Padre. La culpa del pecado fue agonía en su espíritu y obediencia en su rostro.
Debido al odio feroz de quienes lo condenaron y asesinaron, Cristo reveló un rostro humillado que, en realidad, era un semblante de amor compasivo:
“Entonces lo escupieron en el rostro y le dieron puñetazos” (Mat. 26:67), un rostro ensangrentado, coronado de espinas. Sobre aquel rostro se ensañó la furia del infierno, pero él soportó con firmeza. ¡Magnífico ejemplo para todos!
Asimismo, en el monte de la transfiguración “resplandeció su rostro como el sol” (Mat. 17:2).
Todos nosotros podemos tener el rostro de Cristo, podemos reproducir en nuestras vidas sus rasgos de carácter mediante la contemplación (2 Cor. 3:18).
Que sea esa nuestra oración en esta mañana.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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