“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala
a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será
dada.Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda
es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una
parte a otra” (Santiago 1:5, 6).
Durante varios meses he estado impartiendo estudios bíblicos a un hombre de tradición familiar católica muy arraigada. Pero a los sesenta y cinco años conoció a una mujer adventista y comenzó a frecuentar nuestra iglesia los sábados, a escuchar la predicación de la Palabra de Dios, a preguntar, a descubrir, a contrastar… Así llegó a iniciar conmigo lo que él llamaba una “catequesis”.
Cuando llegamos a los temas relacionados con la inmortalidad condicional, sintió cómo se desmoronaban creencias importantes de su fe: el cielo y el infierno, la intercesión de los santos, la asunción de la Virgen María, etcétera. El hombre me confesó que tenía varias dudas con respecto a la enseñanza adventista sobre esas cuestiones. Y parecía sincero.
La duda. ¿Qué hacer con ella? Elena de White dice en El camino a Cristo que, aunque Dios ha dado evidencias suficientes para conocer la verdad, los que quieran dudar tendrán oportunidad de hacerlo.
Además, es imposible para el espíritu finito del hombre comprender plenamente al Infinito, ya que hay misterios que nunca podrán ser totalmente comprendidos.
También hay que considerar que Satanás interviene tratando de pervertir las facultades del entendimiento, por lo que no debemos deificar a la razón como criterio supremo de la verdad. La razón adolece de las flaquezas de la humanidad.
A pesar de ello, a causa del orgullo, puede parecer demasiado humillante reconocer que no entendemos algunas verdades. A veces falta la paciencia de saber esperar hasta que se reciba más luz. No obstante, el amor al pecado representa una barrera para la aceptación de la verdad; para llegar a ella debemos estar animados de un deseo sincero de conocerla y buena disposición para obedecerla.
En lugar de dudar y cavilar sobre lo que no se entiende, es necesario gozar de la luz que ya brilla en nosotros y probar por nosotros mismos la veracidad de la Escritura. La experiencia nos ofrece muy buenas evidencias.
Cuando nos regocijemos en la plenitud del amor de Jesús, las dudas desaparecerán.
Evitemos que la duda se convierta en escepticismo e incredulidad: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios vivo” (Heb. 3:12).
Pon hoy tus dudas en las manos de Dios. Él tiene la respuesta a cada una de ellas.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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