“Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, pues nadie odió jamás a su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Efesios 5:28-30).
Hace ya muchos años que oficié mi primera boda como pastor ordenado.
Los contrayentes eran alumnos del seminario adventista que tuvieron después un hermoso y consagrado ministerio sirviendo al Señor incluso en las misiones extranjeras. El tema escogido para aquella boda fue el que el mismo Creador trató en la primera boda en el Edén; Jesús lo citó también en el Evangelio (Mat. 19:5, 6), y Pablo lo esgrime como argumento en su Epístola a los Efesios: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” (Efe. 5:31).
Yo estoy convencido que si la expresión “una sola carne” fuera comprendida en todo su alcance, si el objetivo de todo matrimonio fuera pasar del dos inicial al uno conyugal, no habría infelicidad en las parejas y, sobre todo, no se produciría esa crónica negra de nuestro tiempo a la que llamamos violencia de género.
Ningún dardo duele más que aquel que lanza la persona que alguna vez despertó nuestro más profundo amor. Por eso, es en el hogar donde se construye la felicidad o la desdicha de nuestras vidas: “Nadie puede destruir tan completamente la felicidad y utilidad de una mujer, y hacer de su vida una carga dolorosa, como su propio esposo; y nadie puede hacer la centésima parte de lo que la propia esposa puede hacer para enfriar las esperanzas y aspiraciones de un hombre, paralizar sus energías y destruir su influencia y sus perspectivas.
De la hora de su casamiento data para muchos hombres y mujeres el éxito o el fracaso en esta vida, así como sus esperanzas para la venidera” (El hogar cristiano, p. 34).
El amor que surge en una relación de pareja debe madurar, crecer y alcanzar su cenit en la consecución del ideal “una sola carne”. Pero no siempre ocurre así, a veces, porque tuvo un mal origen, también porque no prevaleció en su pugna contra el egoísmo y, finalmente, porque no existió un referente espiritual del amor, como indica nuestro versículo, amar a nuestras esposas, “como Cristo amó a la iglesia”.
Coloca tu vida en manos de Dios este día para que te enseñe a dar y recibir amor.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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