“Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Al terminar la guerra, después de recibir una buena cantidad de medallas y condecoraciones, Jean Weidner se estableció en los Estados Unidos. Llevaba una vida tranquila, sin llamar la atención ni hacer ostentación de sus actos de heroísmo y sus galardones.
Pero un día, Herbert Ford, un periodista adventista del Pacific Union College, logró penetrar la modestia de Jean Weidner y capturar en un texto el relato de este personaje asombroso. Así nació el libro Flee the Captor [Huye del captor], que ha servido de fuente para estas historias.
En 1963, el Congreso Judío Estadounidense quiso honrar a aquellos individuos que hubiesen rescatado refugiados de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Para entrar en contacto con ellos, se publicó un anuncio en todos los periódicos del país que quisieran colaborar.
Un cliente de Weidner, Norman Rosen, leyó el anuncio y escribió una larga carta a esta asociación detallando las hazañas de Jean Weidner. Así fue como, en marzo de aquel año, se organizó una ceremonia de reconocimiento, en la cual el Congreso Judío Estadounidense entregó a Weidner una escultura en forma de una Biblia abierta, que tenía una inscripción que decía: “En reconocimiento del heroico rescate de cientos de judíos en la Europa ocupada durante la Segunda Guerra Mundial.
Por el inmenso valor que puso al servicio de la humanidad […] por la puesta en práctica ejemplar de las más bellas tradiciones de caridad, justicia y rectitud”.
El sábado 21 de mayo de 1994, Jean Weidner, un amigo de la humanidad, murió en su casa de Monterrey Park (California, EE.UU.). Al funeral del sábado siguiente, celebrado en la Iglesia Adventista de Temple City, asistieron representaciones diplomáticas de Israel, Holanda, Francia y Bélgica, autoridades de los Estados Unidos, supervivientes o representantes de los rescatados, miembros de la Dutch-Paris, y muchos miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Milton Geiger puso estas palabras en la boca de Weidner como la síntesis de lo que había guardado siempre en su corazón, de lo que había guiado su vida: “Creo en los hombres porque estoy obligado si quiero creer en Dios, quien creyó lo suficiente en el hombre como para crearlo y continuar siendo paciente con él. Esto
es lo que ninguna crueldad o locura podrá jamás destruir: que el hombre crea en sí mismo, lo que en definitiva es su confianza en su Creador”.
El Señor desea que tú y yo mostremos paciencia, amor, tolerancia y afecto hacia cada uno de nuestros semejantes. Eso les revela que hay un Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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