“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:24, 25).
Durante una visita al Museo Arqueológico de El Cairo (Egipto), guiados por uno de los encargados del museo, conseguimos un permiso especial para entrar en la sala de las momias.
¡Magnífico! Pudimos hacer fotografías de las urnas con las momias de Tutmosis III, el faraón de la opresión, Amenofis II, el faraón del éxodo, ambos de la XVIII dinastía, siglo XV; también de Ramsés II y Menepta, los faraones señalados por la otra teoría sobre la fecha del éxodo, XIV dinastía, siglo XIII. La momia de la reina Hatshepsut, considerada por muchos la madre adoptiva de Moisés, aunque fue hallada por Howard Carter en 1903, no pudo ser identificada hasta 2007, por eso no estaba en la sala de las momias.
Pero ¿y la momia de Moisés? No estaba allí. ¿Dónde estaba? ¿Se había perdido? ¿Continuaba aún oculta en alguna de las tumbas sin descubrir del Valle de los Reyes? No, Moisés no estaba allí, no terminó sus días embalsamado, momificado, metido en un sarcófago en algún lugar del valle del Nilo.
Moisés está en el cielo, junto a Jesús, esta fue su recompensa que vio por la fe, en su visión del monte Nebo antes de morir y posteriormente resucitar.
La Providencia se sirvió de la infancia de Moisés junto a su madre hebrea, se sirvió de los años pasados en la corte y en las escuelas militares egipcias como hijo adoptivo de la hija del faraón, aunque de muchas de estas cosas se tuvo que desprender después y, por supuesto, se sirvió de los cuarenta años pasados en la soledad del desierto, en Horeb, para hacer de él el mayor caudillo de la historia de Israel.
Fue un legislador, líder espiritual, guía y conductor de un pueblo de esclavos que llegó a ser una nación. Pero las glorias de este mundo no le interesaron, prefirió escoger la honra y la aprobación divina y por eso no estaba en la sala de momias del museo de El Cairo, pero sí estuvo, y allí lo vieron los apóstoles en el monte de la transfiguración, junto a Elías y a Jesús glorificado.
Elena de White dice: “La grandeza de Egipto yace en el polvo. Su poder y civilización han pasado. Pero la obra de Moisés nunca podrá perecer” (La educación, p. 62).
Tú y yo podemos elegir este día servir al Señor y prepararnos para morar con él en las mansiones celestiales.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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