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“Vuelve ahora en amistad con Dios y tendrás paz; marzo y la prosperidad vendrá a ti. […] Si te vuelves al Omnipotente, serás edificado y alejarás de tu morada la aflicción” (Job 22:21,23).
Elifaz, uno de los amigos del patriarca Job que fueron a consolarle, hizo aquí una declaración ambivalente acerca de la amistad con Dios. Sus palabras son verdad para aquellos que, habiendo roto su relación con Dios y perdido su amistad, vuelven a él y reanudan los vínculos que tuvieron con el Omnipotente.
Pero Job nunca rompió la relación con su Padre celestial, nunca perdió la confianza en él, tampoco dejó de ser amigo de Dios, aunque las desventuras pareciesen indicar que estaba abandonado de su mano. En medio de la prueba, el patriarca sabía que podía seguir contando con Dios y le fue siempre fiel hasta su restitución. Por eso las palabras de Elifaz no le incumbían, pero tal vez sí a nosotros.
¿Tienes algún amigo íntimo? ¿Has experimentado los vínculos de la verdadera amistad? Hay amigos más unidos que un hermano, el amigo de verdad es como un hermano en tiempo de angustia. La amistad auténtica es una relación voluntaria, profunda, desinteresada, responsable, que, como el matrimonio auténtico, tampoco se rompe nunca.
Benito es un amigo de la infancia que, después de más de sesenta años y aunque nuestras vidas han discurrido por caminos diferentes, seguimos unidos incluso en la fe, nos relacionamos epistolarmente, nos ayudamos económicamente, nos interesamos y cooperamos en nuestras ocupaciones, nos preocupamos de nuestra salud y, cuando hemos vivido momentos difíciles, nos hemos aconsejado con sinceridad y ofrecido cobijo en nuestros hogares. Así son los “amigos del alma” (Deut. 13:6) o amigos íntimos.
Así es la amistad con Dios. Es un vínculo especial de intimidad que nos concede a los que nos hemos reconciliado con él. Abraham fue “el amigo de Dios para siempre” (2 Crón. 20:7). Jesús repitió dos veces a sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos” (Juan 15:14). Lázaro, Marta y María eran sus amigos íntimos; Pedro, Santiago y Juan fueron sus discípulos especiales; incluso a Judas le llamó amigo.
Como amigos del Salvador, él nos defiende y protege del diablo, nos rodea con sus brazos cariñosamente, se interesa por nuestros problemas y aflicciones, nos acompaña en las experiencias buenas y malas de la vida, nos aconseja, nos reprende con amor, llora con y por nosotros, da su vida por nosotros (Juan 15:13). No lo olvidemos, Dios es “nuestro mejor amigo” (El camino a Cristo, p. 103).
Abre tu corazón a Jesús hoy como a un amigo. La experiencia será inolvidable.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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