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Mientras callé, se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día… Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Salmo 32:3, 5.
Hace mucho tiempo que la psicología viene señalando el efecto nocivo que la represión tiene sobre la mente. Los especialistas en salud mental nos hablan de la importancia de “sacar afuera”, de poner en palabras lo que nos pasa, lo que sentimos.
En nuestra relación con Dios sucede algo similar. Dios ya lo sabe todo acerca de nosotros: nuestras circunstancias, lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos (Sal. 139:1-4, 7-12). Pero somos nosotros los que necesitamos abrirnos ante Dios.
Durante mucho tiempo, David había tratado de mantener en secreto el tremendo pecado que cometió con Betsabé y contra su marido, Urías heteo. Pero no pudo ocultar de su conciencia estos crímenes. En los primeros versículos del Salmo 32, dice David: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.
Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vers. 3, 4). Sin darse cuenta del porqué, entró en un estado depresivo, angustioso, que fue secando las fuentes de su alegría y felicidad.
Al fin David reconoció su maldad, se arrepintió de corazón, y confesó al Señor y a los hombres su pecado en una declaración pública expresada en los Salmos 32 y 51. Como consecuencia, fue perdonado por Dios, restaurado a su confianza, y logró recuperar la paz del corazón que tanto anhelaba: “Bienaventurado (dichoso, feliz) aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Sal. 32:1).
Si tienes asuntos pendientes con Dios y con los hombres, no te los guardes ni busques mecanismos para evadir el dolor de la culpa. La Biblia dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13), pues Dios está dispuesto a escucharte con misericordia y perdonarte:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8,9).
DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2015 EL TESORO ESCONDIDO
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