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“Entonces Jehová dijo a Moisés: ‘¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen’” (Éxodo 14:15).
Aunque los israelitas habían salido de Egipto “con mano poderosa”, el faraón deploró haberlos dejado marchar. Había perdido la única mano de obra de que disponía. Así que preparó a su vigoroso ejército, acompañado de sacerdotes y personajes ilustres de su reino, y salió en busca de los esclavos.
El faraón quería intimidar a los hebreos mediante el despliegue de gran poderío. Los israelitas, por su parte, una ingente masa de hombres, mujeres y niños, ganados y enseres, se creían victoriosos y estaban muy confiados. Dios tenía que llevarlos de nuevo a una desafiante prueba de fe que los iba a marcar de manera definitiva.
En vez de seguir la ruta directa a Canaán que pasaba por el país de los filisteos, personas muy belicosas, el Señor los dirigió hacia los lagos de las riberas del mar Rojo. La nube que los guiaba los desvió hacia un desfiladero para que acampasen junto al mar, pero la situación no podía ser más desesperada: a los lados tenían las escabrosas laderas de la montaña; delante, el mar cuyas aguas parecían una barrera infranqueable; detrás, la vanguardia del ejército egipcio.
¿Qué podían hacer? Allí se manifestaron cuatro actitudes diferentes:
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El pueblo, espantado, empezó a protestar y acusar a Moisés; cayó en un profundo estado de pesimismo e incredulidad, añorando la esclavitud en Egipto.
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Moisés entendía que había que presentar batalla a los egipcios, clamó a Dios, trató de calmar al pueblo y afirmó su seguridad en Dios: “No temáis, estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy […]. Jehová peleará por vosotros” (Éxo. 14:13,14).
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Los egipcios, que alcanzaron a los israelitas junto al mar, seguros de que podían capturarlos, les siguieron ciegamente cuando estos penetraron en el mar abierto.
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Dios consideraba que necesitaban ejercer una fe activa, por eso indicó a Moisés que debían marchar; pero ¿hacia dónde? ¿Hacia atrás? ¡No! Era la esclavitud. ¿Hacia la montaña? ¡Imposible! ¿Hacia el mar? ¡Sí! Marchar significaba avanzar, obedecer, enfilar hacia el milagro, hacia una intervención muy poderosa de Dios. Y así lo hicieron, con una fe audaz, decidida, porque la fe nunca retrocede, ni escapa. Y la vara de Moisés separó las aguas y pasaron el mar en seco.
Dios tiene poder para ofrecer soluciones donde no hay ninguna salida. No lo olvides. Para él no existen imposibles. Búscalo hoy.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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