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“Los mensajeros regresaron a Jacob, y le dijeron: ‘Fuimos a ver a tu hermano Esaú; él también viene a recibirte, y cuatrocientos hombres vienen con él’. Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió” (Génesis 32:6, 7).
Jacob había tenido veinte años para reconocer que las promesas de Dios no habían sido palabras vacías. Cuando salió de Canaán no llevaba en su mano más que un bastón; hoy, al volver a la orilla de ese mismo Jordán, estaba rodeado de una familia numerosa y de abundante ganado.
Jacob había emprendido aquel largo viaje por orden de Dios, pero cuando se encontraba a pocas jomadas del final del viaje, un recuerdo renació vivamente en su conciencia: el engaño que había privado a su hermano del derecho a la primogenitura. Jacob se sintió entonces sumido en un angustioso conflicto interno en el que las promesas de Dios y el temor a la venganza de Esaú, la inseguridad y la esperanza, estaban frente a frente. Entonces, tomó cuatro iniciativas con objeto de preparar el encuentro con su violento hermano; en esto, manifestó todavía la astucia que le había caracterizado hasta ese momento.
En primer lugar, envió a su hermano un mensaje lleno de sumisión (Gén. 32:3-5), pero los mensajeros volvieron con la noticia de que Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos hombres, lo que le produjo mucho temor y angustia. ¿Terminaría aquel viaje en una brutal masacre por su culpa? Entonces, tomó la segunda iniciativa: dividió el ganado y sus siervos en dos cuadrillas (32:6-8).
Si su hermano atacaba a una de ellas, la otra podría tener tiempo para huir y salvarse. Pero estas medidas dictadas por su prudencia serían inútiles si Dios no intervenía, por esta razón tomó una tercera iniciativa: recurrió a la oración (32:9- 12), la oración convencional, tratando de implicar a Dios en su difícil situación.
A la mañana siguiente, Jacob tomó una cuarta iniciativa: envió a su hermano un rico presente de lo mejor de sus ganados, tres manadas separadas una de otra (32:13-21). Y es curioso, porque en su reflexión personal, atormentado por su pecado, usó la frase “apaciguaré su ira” (vers. 20), expresión técnica de los sacrificios para designar la expiación. ¿Podía aquel presente expiar su pecado? ¿Era Esaú quien podía devolverle la paz del perdón? No, Jacob sabía que solamente Dios podía expiar su pecado por medio de la confesión y el arrepentimiento sinceros, por ello volvió a orar a su Dios.
Pero hay un Dios en los cielos… cuando los malos recuerdos emergen a la conciencia y vuelven a influir en las decisiones presentes. Nada te apartará de él.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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