“Y el diablo que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde está la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche para siempre jamás” (Apocalipsis 20:10).
Aunque a veces nos parecen hiperbólicas esta y otras descripciones coloristas que los textos de estilo apocalíptico nos presentan del final del diablo, sus ángeles y de los réprobos en general, la enseñanza que ofrecen, corroborada por toda la escatología bíblica, es extremadamente esperanzadora para los justos y contundente para los impenitentes:
Lucifer, el arcángel convertido en Satanás por su alzamiento contra la autoridad de Dios, todo el mal que acarreó su rebelión en el cielo y en la tierra, el pecado con sus tintes tenebrosos, la muerte, el sepulcro, el sufrimiento, la violencia, la mentira, todo tendrá un final, morirán de una muerte eterna. La gran controversia se habrá terminado con la victoria del bien. El universo celestial quedará definitivamente purificado, redimido de las consecuencias del mal cósmico y así entraremos en la paz y en la dicha eternas.
El apóstol Pablo introduce esta enseñanza fundamental en el contexto de la realidad de la resurrección, estableciendo el proceso que seguirá la historia final de la salvación: “Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. […] Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y todo poder.
Preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. […] para que Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15:21, 23-25, 28). Es curioso observar que, al referirse a los poderes que Cristo suprimirá cuando llegue el fin, Pablo emplea los mismos términos que cuando dice en Efesios: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (6:12). Por consiguiente, la existencia y poder de Satanás están limitados en el tiempo y en el espacio.
El lago de fuego y azufre representa la desaparición definitiva del pecado. Este será el destino final del príncipe de este mundo. Nunca más se levantará para confundir o destruir la vida de los demás. Ese día, quedará más que evidente que hay un Dios en los cielos…
Recuerda hoy que el mal no prevalecerá. Pronto viviremos en un mundo mejor.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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