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“Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino” (Mateo 8:28).
Francisco Luis era un joven de unos veinte años que estaba iniciándose en el conocimiento de la Palabra de Dios. El pastor Luis Bueno le impartía estudios bíblicos en su casa, junto a su madre y su hermana. Un día, el joven se presentó con lesiones y quemaduras en la cara y la madre le contó al pastor que su hijo tenía una enfermedad extraña: a veces sufría convulsiones que le arrojaban contra la pared, le tiraban de la cama contra el suelo, o, como en aquella ocasión, le lanzaban contra la estufa de la casa.
El pastor le preguntó si habían visitado a un médico y la madre le respondió que sí y le mostró las medicinas que estaba tomando. El pastor quedó perplejo. Era verdad que en aquella ocasión había observado en Francisco Luis una mirada triste. Apenas hablaba durante los estudios bíblicos. El pastor oró por él y su familia, y comenzó a estudiar su caso, sus reacciones, sus gestos y a analizar sus muy escasas palabras.
Recuerdo el día que conocí a Francisco Luis. Había venido a la iglesia a una conferencia bíblica, y yo estaba allí, en los comienzos de mi frecuentación de la iglesia. Al terminar la reunión, después que se fueron la mayor parte de los asistentes, Francisco Luis sufrió una de aquellas extrañas convulsiones. Fue horrible.
Con el rostro desencajado, los ojos muy abiertos, los brazos por delante como protegiéndose de algo o de alguien, daba saltos de seis hileras de sillas en la sala de reuniones, mientras mantenía un diálogo feroz con el demonio al que increpaba: “¡Vete Satanás! ¡Déjame! ¡No me atormentes!” Los hermanos de la iglesia querían sujetarlo, ¡pero cuatro o cinco hombres no podían con él! Todos estábamos orando muy asustados y, pasados unos terribles minutos, se calmó.
El pastor lo estuvo visitando durante meses. Los miembros de iglesia y su familia hicimos de su caso un permanente motivo de oración y, pasado un tiempo, Francisco Luis fue liberado por el Señor y recuperó un porte sereno y confiado. Ahora nos miraba a la cara como con gratitud y sonriente. Posteriormente, se bautizó y llevó una vida normal hasta su fallecimiento. Durante años yo fui uno de sus amigos de la iglesia.
Sí, la posesión existe. Doy fe de ello. Pero el poder del evangelio es más fuerte que el demonio. El mal no prevalece porque hay un Dios en los cielos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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