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“Elíseo respondió: ‘No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos’.
Y oró Eliseo, diciendo: ‘Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea’. Jehová abrió entonces los ojos del criado, y este vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de Eliseo”. (2 Reyes 6:16, 17).
Los planes y estrategias de guerra del rey de Siria contra Israel fueron revelados a Eliseo por Dios mismo, y el profeta advirtió al monarca hebreo para que los previniese y se defendiera. El gobernante sirio llegó a creer que había traidores o espías en su propia corte, pero alguien le dijo:
“No, rey y señor mío; el profeta Eliseo, que está en Israel, es el que hace saber al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu habitación más secreta” (2 Rey. 6:12). ¡Había un profeta en Israel que aconsejaba a su rey! ¡Qué distinta podría ser nuestra historia si escuchásemos siempre los consejos y advertencias de los profetas de Dios!
Pero al rey de Siria no se le ocurrió otra solución que eliminar al siervo de Dios en Israel. Dispuso un cuidadoso plan de apresamiento de Eliseo para acallar su voz en la corte de Samaria. ¡Qué osadía! ¿Podrán los enemigos del pueblo de Dios silenciar a los profetas del Altísimo? ¡No! Solamente los propios israelitas, con su inconsciente y pertinaz rechazo de los portavoces del cielo, podían hacer nulos sus mensajes.
Eliseo y su criado se encontraban en Dotán, aquel memorable lugar donde los hermanos de José lo habían vendido como esclavo, abriendo sin saberlo, un imprevisible camino a la providencia divina. El rey de Siria envió todo un batallón a sitiar la ciudad de noche. ¿Apresarían al profeta o volvería a manifestarse allí la providencia divina?
A la mañana siguiente, el criado de Eliseo advirtió horrorizado al profeta de la situación: “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?” Como el criado no veía otra cosa que muchos soldados enemigos, el profeta oró al Señor: “Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea”. El Señor abrió los ojos al criado y, ¡oh maravilla!, entonces vio aquel ingente ejército invisible de gente de a caballo y carros de fuego alrededor de Eliseo.
Los soldados sirios no lograron ver nada porque solo los ojos de la fe ven las providencias del cielo. Por eso, cuando los peligros parecen irremediables, pidamos a Dios que nos abra los ojos para que veamos lo que otros no pueden ver, que “más son los que están con nosotros que los que están con ellos”.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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