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“Elíseo se levantó entonces y la siguió. Giezi se había adelantado a ellos y había puesto el bastón sobre el rostro del niño, pero este no tenía voz ni daba señales de vida; así que volvió a encontrarse con Eliseo y le dijo: ‘El niño no despierta’” (2 Reyes 4:31).
Una mujer importante de Sunem había construido un aposento para Eliseo y Giezi donde se alojaban siempre que pasaban por aquel lugar. Agradecido por su hospitalidad, el profeta pidió al Señor que le diese un hijo, ya que el matrimonio no tenía prole. ¡Qué felicidad!
Durante unos años la familia se vio avivada por las risas y juegos de aquel chiquillo que correteaba por la casa; pero un día, siendo ya un mocito, sufrió unos fuertes dolores de cabeza y murió. La alegría se tornó en tragedia y profunda tristeza. La madre fue personalmente en busca del profeta que se encontraba en el Carmelo y le contó lo sucedido.
También Eliseo se sintió triste y conmovido por la muerte del muchacho y envió urgentemente a Giezi a la casa diciéndole que, sin dilación, pusiese su bastón sobre el cuerpo del jovencito. Después, él mismo y la madre siguieron a Giezi.
Eliseo y la mujer iban orando y llorando por el camino cuando, a lo lejos, vieron regresar presuroso al criado con el bastón en la mano: “¡El niño no despierta!”, dijo con decepción. Cuando llegó el profeta, el cadáver del pequeño yacía en la habitación de los huéspedes. Entonces, hizo salir a todos, cerró la puerta y oró a Dios. Después se tendió sobre el cuerpo del niño, la boca con su boca, los ojos con sus ojos, las manos con sus manos; lo hizo dos veces y esperó. El niño estornudó siete veces, abrió los ojos y se incorporó. ¡Había resucitado!
¿Por qué Giezi no pudo devolver la vida al muchacho? ¿Acaso no había orado? Sin duda, ¿había seguido las instrucciones del profeta? Tal vez, pero nada más. Se había limitado a hacer lo que le habían indicado: tocar el cuerpo inerte del niño con el bastón, como si el palo tuviese poderes mágicos, y como no funcionó, pensando que no era por su culpa, se desentendió y se fue.
¡Cumplió y se marchó! Giezi, el siervo “cumplidor”, desde el principio no se había identificado ni comprometido personalmente con la tragedia de la sunamita, ignoraba que solo la vida puede dar vida, solo el amor y el interés profundos, solo la fe viva, solo el poder que viene de lo alto, obran milagros.
Esto sigue siendo válido hoy. Interésate por los demás y cambiarás sus vidas.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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