“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” __{Heb. 11:6.
¿Qué principios importantes nos enseña este texto con respecto a lo que se requiere para orar, y qué significa eso para nosotros?
En un sentido, la oración es una manera de ir a Dios, de abrirse a él. No oramos para que Dios sepa lo que necesitamos; después de todo, Jesús mismo dijo que “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mat. 5:8). Oramos porque la oración es una manera de ejercitar y de fortalecer nuestra fe en Dios, y hacerla más real y práctica. ¿Quién no ha experimentado cuando una oración ferviente y sin vacilaciones, ofrecida con un sentido de dependencia y necesidad, ha aumentado la fe de uno y profundizado su relación con Dios?
La oración es una manera de ayudarnos a vaciarnos del yo y morir cada día. Es una manera de conectarnos con Dios en un nivel muy personal. Es una manera de recordarnos que no somos propios, de que hemos sido comprados por precio y que, si dependiéramos solo de nosotros; caeríamos en este mundo, que podría pisotearte en el barro y acabar contigo.
Muy a menudo escuchamos la frase: “Buscar a Dios en oración”. ¿Qué significa ella para ti? Ver Dan. 9:3, 4; Zac. 8:21.
En gran medida, cada oración es un acto de fe. ¿Quién puede ver sus oraciones extendiéndose al cielo? ¿Quién puede ver que Dios las recibe? A menudo oramos sin ver resultados inmediatos, no obstante, continuamos teniendo fe en que Dios nos oye y responderá de la mejor manera posible. La oración es un acto de fe en el que vamos más allá de lo que vemos, sentimos o siquiera entendemos plenamente.
¿Cuánto de tu vida de oración es un hábito estático, diferente de un hábito profundo y sentido de todo corazón? ¿Cómo puedes abandonar lo primero y llegar a lo segundo?
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