“Ahora, pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros” (Isa. 64:8).
¿Cuál es la primera vez en la Biblia donde Dios usa su habilidad de trabajar con “barro”? Gén. 1:26, 27, 31; 2:7.
La Escritura se comienza con Dios creando a los primeros seres humanos del “polvo de la tierra”. En realidad, la palabra hebrea para “hombre”, adam, está muy ligada a la palabra hebrea para “suelo”, o “tierra”, que es adamáh, un vínculo lingüístico que refuerza la habilidad de Dios como “alfarero”, ya que nos formó de la arcilla del suelo. Es difícil de imaginar cómo un ser humano, con su sangre, huesos, piel, nervios y todas las maravillosas partes de nuestro cuerpo, puede haber sido formado del suelo. Nuestra existencia es un milagro que está mucho más allá de nuestra comprensión.
En un sentido, la imagen de Dios como “alfarero”, al usar el barro para formarnos, difícilmente hace justicia a su creatividad y arte. Después de todo, ¿qué alfarero puede tomar barro y hacer con ello una cosa viva y que respira?
Lee Jeremías 18:3 al 10, Isaías 64:5 al 8, y Salmo 51:10. ¿De qué modo las imágenes de Dios como alfarero se usan en estos textos?
Estos versículos revelan la idea de cuán impotentes somos ante el poder de Dios. En un sentido, somos como la arcilla en manos del alfarero; la arcilla no está a cargo del trabajo.
Dios obra para recrear en nosotros su imagen y, aunque cuidará mucho su creación física, ¿cuánto más cuidará la belleza de lo que él puede hacer en nosotros? Para ello, debemos rendirnos, morir al yo, y cooperar con Dios, quien procura restaurarnos, tanto como sea posible, a la belleza espiritual y moral originales que una vez tuvimos. Claro, las apariencias externas pueden ser hermosas, pero la belleza interior es la que realmente importa.
El escritor ruso Fiódor Dostoievski creó un personaje ficticio que tenía “un alma bella”. ¿Cuál es tu idea de un “alma bella”, y qué cosas que haces o no haces corresponden a ese ideal?
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