No para de llover sobre Emilia Romaña. El termómetro marca 12 grados. La primavera que tarda en arrancar complica las condiciones de las miles de personas que tuvieron que pasar la primera noche fuera de casa, tras el terremoto de 5,9 grados de magnitud en la escala de Richter que en la madrugada del domingo provocó la muerte de siete personas y las más de 100 réplicas que han seguido sacudiendo la zona, 36 kilómetros al norte de la capital Bolonia, encajada entre las provincias de Módena y Ferrara. El último temblor, de 2,5 grados, se advirtió a las 7.24 de este lunes. "Una evolución normal y que puede seguir durante días", tranquiliza Stefano Gresta, presidente del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología (INGV). Sin embargo, la gente tiene miedo.
Cerca de 5.000 personas han sido desalojadas y pasaron la noche en hoteles o en las camillas colocadas en los centros deportivos. Muchos saben ya que sus viviendas no son seguras. Otros, esperan que los técnicos pasen para controlar. Las calles son un continuo va y ven de camiones y furgonetas de los bomberos. Sus bocinas ya están apagadas porque no hay desaparecidos que buscar entre los escombros y los edificios tambaleantes ya están precintados. Hoy están cerradas los oficinas públicas, escuelas y universidades.
El terremoto provocó “ingentes y difusos daños a bienes culturales, estructuras públicas, ayuntamientos y viviendas”, según el Jefe de la Protección Civil, Franco Gabrielli, que se desplazó a la zona desde Roma. Las callejuelas de los pequeños cascos históricos están invadidas por ladrillos y escombros. Se desplomaron sobre todo palacios viejos de siglos, que por suerte estaban vacíos porque la tierra tembló de noche. En Finale Emilia se hundió la antigua torre del reloj, símbolo del pueblo y del seísmo, ya que se vino abajo sacudida tras sacudida.
En una fachada del ayuntamiento de Sant'Agostino se abrió una gran brecha longitudinal. Muchas iglesias resultaron dañadas, como la de San Felice sul Panaro, en Módena, que perdió el campanario. En las afueras, el campo parece inmutado, plácido y verdísimo como siempre. Las industrias siguen echando su humo blanco al cielo. Los grupos de personas que tiritan por el frío, al margen de la carretera, reunidos entre vecinos a charlar y hacer tiempo para no volver a entrar a casa, son el síntoma más visible de lo ocurrido.
En la mente de todos, en las conversaciones de todos, revivió el fantasma del terremoto de Los Abruzzos en abril de 2009, cuando un seísmo de igual energía -pero distinta mecánica geológica- provocó 308 muertos, muchos estudiantes, 1.600 heridos, decenas de miles de desplazados y daños inmensos a edificios y viviendas.
El domingo, la sacudida fue provocada por la presión de los Apeninos que empujan hacia los Alpes. "Un movimiento de compresión que se repercute sobre unos 40 kilómetros, distribuyendo las réplicas como olas que se mueven de este a oeste, de la provincia de Ferrara a la de Módena", explica el presidente del INGV, que detalla "se trata de una dinámica sísmica menos peligrosa de la de 2009, además el epicentro se encuentra en la campiña. Estos factores explican por qué hubo menos daños a personas y cosas".
El epicentro abarca un puñado de pequeñas localidades de la llanura Padana, un plano y monótono alternarse de cultivos, frutales y naves industriales a ciclo continuo. Sobre todo resultan afectados Sant'Agostino (Ferrara), San Felice sul Panaro y Finale Emilia (Módena): ayuntamientos de pocos miles de habitantes, entrelazados por una larga y derecha carretera, a unos diez kilómetros el uno del otro.
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