El cruce de los elegidos a la eternidad
“Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”. Juan 3:30
Y, ¿CUÁL ES EL LEMA que guía la vida de esa generación del tiempo del fin, esa generación del cruce al más allá que se niega a beber lo que C. S. Lewis llamó el “dulce veneno del falso infinito” y acepta, en vez de eso, el llamamiento de Dios a una santidad contracultural radical?
Considera las últimas palabras registradas de aquel amigo de Dios antes de que fuera arrestado por un rey pecador, encarcelado en una fortaleza aislada y, luego, en una noche, decapitado a petición de una reina locamente vengativa. Porque en sus últimas palabras, la generación a lo Juan el Bautista y la generación de Jesús se unen en un nexo común. “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”, dijo Juan a sus seguidores, cuyo número disminuía.
¿Podría haber un deseo más noble para una generación que vive en el límite del tiempo? Según lo expresó un autor: “Mire yo diez veces a Cristo, oh Dios, por cada mirada que me dé a mí mismo”. Que mi preocupación por Jesús sea diez veces mayor que la que tengo por mí. El Deseado de todas las gentes describe la paradoja: “Mirando con fe al Redentor, Juan se elevó a la altura de la abnegación [la renuncia a sí mismo].[…] El alma del profeta, despojada del yo, se llenó de la luz divina” (cap. 18, p. 157). La altura paradójica de la abnegación: no es de extrañar que el propio Job pudiera exclamar: “Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).
“Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”. Porque así escogen vivir los 144.000. “Siguen al Cordero por dondequiera que va” (Apoc. 14:4). Viven según el credo de Juan, porque no hay otra manera de que el yo sea eliminado de su vida. “Es necesario que Cristo crezca, y que yo disminuya”. Más y más de él, menos cada vez de mí.
Théodore Monod compuso un himno en inglés que entona la oración de Juan. Aunque al traducirse literalmente al español se pierde la métrica y la rima, su pensamiento es certero: “¡Qué pena y qué dolor tan amargos que hubiera un momento en que orgullosamente dije a Jesús: ‘Todo del yo y nada de ti’! […] Pero me encontró; lo contemplé desangrándose en el árbol maldito; y mi triste corazón dijo débilmente: ‘Algo del yo y algo de ti’. […] Día a día su tierna misericordia, su sanación, su ayuda, plenas y gratuitas, me abatieron, mientras susurraba: ‘Menos del yo y más de ti’. […] Más encumbrado que el alto cielo, más hondo que el mar más profundo, Señor, tu amor ha vencido al fin: ‘Nada del yo y todo de ti’ ” {Christ in Song, N° 218).
ELEGIDOS
El sueño de Dios para ti
Por: Dwight K. Nelson
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