El cruce de los elegidos a la eternidad
“El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 10:38, 39
PUEDES LEER SU HISTORIA en Wikipedia. De niña, suplicó a Dios que le quitara sus ojos castaños y le diera ojos azules. Sin embargo, pese a lo mucho que imploró, su color nunca cambió. Años después, Amy Carmichael señaló que si sus oraciones hubiesen recibido respuesta, nunca habría podido acercarse a los dolientes a los que Dios la llamó, los cuales encontraban en sus ojos castaños una compasiva semejanza a los propios. Porque la joven irlandesa de ojos castaños se convirtió de adulta en la amada misionera de la India.
Trabajó en ese imponente subcontinente cincuenta y cinco años sin tomarse un permiso para volver temporalmente a su país de origen hasta su fallecimiento. Habiendo adoptado el atuendo nativo, tiñéndose la piel con café oscuro, Amy Carmichael se lanzó a su ministerio encarnacional, rescatando a jóvenes abocadas a la prostitución, fundando una misión y levantando un orfanato. Pero, a pesar del gozo que tenía en el servicio de su Maestro, toda su vida padeció neuralgia, una dolorosa enfermedad que la postraba en cama durante semanas seguidas.
Impertérrita, llevó su cruz en los pasos en su Salvador. Una joven le escribió en una ocasión preguntándole cómo era la vida misionera. Amy contestó: “La vida misionera es simplemente una ocasión de morir”. Y casi fue así, después de una trágica caída, que, en vez de ello, la dejó postrada en cama la mayor parte de los últimos veinte años de su vida. Pero siguió llevando su cruz de buena gana con un lema vital que ha inspirado a muchos: “Se puede dar sin amar, pero no es posible amar sin dar”. Pidió que no se erigiera ninguna lápida por ella. Y, por ello, los niños a los que sirvió pusieron un bebedero para pájaros sobre su tumba en el que grabaron la palabra Amma, “Madre” en tamil. Jesús tenía razón: “[La] que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.
Amy Carmichael escribió el poema “Ninguna cicatriz”, que contiene una pregunta provocadora y penetrante: “¿No tienes ninguna cicatriz? ¿Ninguna cicatriz oculta en el pie, en el costado o en la mano? Te oigo cantado como poderoso en la tierra, los oigo saludar tu brillante estrella ascendente. ¿No tienes ninguna cicatriz? ¿No tienes ninguna herida? Sin embargo, yo fui herido por los arqueros; liquidado, me pusieron contra un árbol para morir; y, desgarrado por fieras voraces que me rodeaban, desfallecí. ¿No tienes ninguna herida? ¿Ninguna herida? ¿Ninguna cicatriz? No obstante, como el Maestro será el siervo, y traspasados son los pies que me siguen; pero los tuyos están enteros. ¿Puede haber seguido de lejos aquel que no tiene herida ni cicatriz?” (en Terry Wardle, The Transforming Path, p. 143).
ELEGIDOS
El sueño de Dios para ti
Por: Dwight K. Nelson
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