¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.
Romanos 8:24-25
El paseo favorito de mi madre era a orillas de un río rodeado de sauces que servía de límite al pequeño cementerio de mi pueblo. Alguna vez, en una de las tantas visitas que le hice, ella me invitó a hacer su caminata favorita.
Recuerdo ese día. Estábamos sentadas en la ribera del río, bajo la sombra apacible de los sauces, y entonces ella me dijo: «Me gustaría esperar la venida de Jesús así como estoy ahora, a orillas del rio y bajo estos hermosos sauces». A los ochenta y seis años, dos años después de aquella conversación, ella descansó en el Señor. Su deseo fue cumplido. Ahora duerme a orillas del río bajo los sauces que tanto quería.
En su lápida se lee: «Esperando la venida de Jesús». Me imagino la escena que tendrá lugar el día que Jesús llegue y mi madre despierte a recibir a su Señor. Estar en espera de algo siempre causa impaciencia, y cuando esta se prolonga por mucho tiempo se aúna a la impaciencia la duda de saber si realmente lo que esperamos sucederá. La espera más importante de la mujer cristiana debiera ser el regreso del Señor en las nubes de los cielos. Es una espera en la que no ha de tener cabida la duda, porque sabemos con certeza que su Palabra es fiel y verdadera. «Dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará"» (Heb. 10:37).
No es el día de su venida lo que debe preocuparnos, sino más bien la actitud que asumimos mientras esperamos. Preguntémonos: ¿Tenemos la actitud correcta? Con nuestro comportamiento ¿invitamos a otras personas a unirse a esta maravillosa espera? La Palabra de Dios nos proporciona un indicativo sobre cómo debiéramos esperar: «Cobren ánimo y ármense de valor, todos los que en el Señor esperan» (Sal. 31:24). Esto quiere decir que nuestra espera no puede ser pasiva. Este imperativo nos insta a realizar la tarea encomendada con esfuerzo, sin vacilar frente a los obstáculos, teniendo la seguridad de que Dios está a nuestro lado. Ahora es tiempo de sembrar, pues cuando Cristo venga comenzará la cosecha.
Sembremos buenas obras, seamos promotoras de las buenas nuevas de salvación, digamos por medio de nuestro testimonio que Cristo viene pronto. Levantémonos llenas del poder de Dios ante la adversidad y luchemos como «guerreras» frente al mal y el pecado. ¡Así debe ser nuestra espera!
[Matutina para la mujer “Aliento para cada día”]
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