Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad; por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo. En cuanto al amor fraternal, no necesitan que les escribamos, porque Dios mismo les ha enseñado a amarse unos a otros.
1 Tesalonicenses 4:7-9.
El día era tan frío que me quedé en la habitación del hotel donde me encontraba hospedada. Siendo que me gustan los días grises, con cielos nublados y el constante repiqueteo de pequeñas gotas de lluvia en los cristales, me acerqué a la ventana para disfrutar el panorama. Cuando mis ojos recorrían la escena invernal, de pronto reparé en una mujer que, envuelta en hojas de periódico, pedía algo de comer a las puertas de un restaurante de comida rápida.
Era una mujer joven, con el cabello largo recogido en la nuca, lo que la hacía ver desaliñada. Tenía la mirada triste, no sé si porque realmente lo estaba o solamente buscaba la compasión de los que por allí pasaban. Observé que muchas personas entraban y salían del lugar, y también pude ver que algunas ponían en su mano pequeños envoltorios que parecían comida. Sin embargo, nunca la vi comer lo que recibía, y allí, junto a su almohada improvisada, había muchos envoltorios que parecía no tocar.
Entonces me pregunté: «¿Por qué no come? ¿Acaso no tiene hambre?». Después de un rato de reflexión pensé que posiblemente su hambre no era de pan, sino que era el tipo de hambre que tenemos cuando buscamos que alguien se fije en nosotras y nos haga sentir tomadas en cuenta. Me pregunté: «¿Cuándo habrá sido la última vez que esta mujer recibió un abrazo y le dijeron: "Te amo"?».
El mundo muere de inanición emocional y espiritual, porque muchos estamos dispuestos a dar cosas, pero no atención. Estamos concentrados en nosotros mismos, buscando satisfacer necesidades personales. En el corazón egoísta de los seres humanos no hay ganas ni tiempo para atender a los demás. La única manera de hacerlo es aceptando el amor de Dios, de tal manera que nuestro corazón de piedra se transforme en un corazón de carne.
Yo sé que es imposible tener encuentros cercanos con todos los indigentes de la ciudad, pero sí es posible que el hambre emocional de los que están en casa sea satisfecha. La verdadera piedad es amor en acción, da atención, perdona, sustenta y edifica.
[Matutina para la mujer “Aliento para cada día”]
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