Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce.
1 Juan 4:7
El amor humano suele ser vulnerable y frágil como una hoja de otoño que alguien pisa. ¡Al primer impacto se rompe! No puedo olvidar la gran desilusión de una joven que, bajo promesas de amor eterno, abandonó su hogar para formalizar una relación de pareja sin el compromiso matrimonial.
La magia que había rodeado a la pareja durante los primeros días que vivieron juntos se desvaneció a los pocos meses, dando paso a una convivencia fría y destructiva. Entonces, las palabras de amor fueron sustituidas por reproches y descalificativos. ¡Qué gran desilusión para una mujer que, entregándolo todo, creyó haber encontrado un amor indestructible! Sin embargo, el cobijo del hogar paterno siempre estuvo a su disposición, y resultó ser el mejor lugar para lavar con lágrimas la tristeza, y transformar el desencanto en una fuente de motivación.
Me consuela saber que, aun cuando los vínculos de amor terrenales se puedan romper, el amor que nos une con nuestro Redentor, Cristo Jesús, permanecerá para siempre. El amor de Dios hacia nosotras no toma en cuenta nuestros defectos ni fracasos; está por encima del desamor que a veces nosotras mismas mostramos hacia el Señor. Es un amor tan fuerte que venció la muerte en la cruz. No importa en qué condiciones nos encontremos, oiremos a Dios decirnos: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad» (Jer. 31:3).
¡Magnífico amor de Dios, grande y sublime! Tenemos la certeza de que nunca dejará de ser. Este pensamiento debería llenarnos de un sentimiento de gratitud y satisfacción, porque nos hace entender que no estaremos solas, aunque los lazos del amor terrenal lleguen a romperse.
Sufrir el rechazo de una persona a quien le has entregado tu corazón es amargo, pero en esas circunstancias siempre debes recordar que el amor de
Dios se mantiene inalterable. Su promesa es: «Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en su morada santa» (Sal. 68:5). También es importante que te examines a ti misma para descubrir si has sido desleal al amor que alguien te ha brindado. Para ser receptora del amor incondicional de Dios, debes tomar tiempo para curar las heridas que tu desamor haya podido causar en el corazón de alguien que en efecto te ama.
[Matutina para la mujer “Aliento para cada día”]
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